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Crónicas galantes

Viejos contra el tiempo

Cotillean estos días en Twitter y otros patios de vecindad de la Red sobre la última aparición de Camilo Sesto en la tele. A sus casi setenta años, el cantante se ha presentado ante las cámaras con un aspecto que recordaba al de una señora de cincuenta. Y de buen ver. Lógicamente, las redes sociales festejaron el acontecimiento con las chuflas, memes y memeces que son propias de esa corrala.

La anécdota nos remite inevitablemente al mito de la eterna juventud, que ahora no se obtiene ya en una fuente de agua milagrosa sino en el quirófano. Allí, entre aceros y liposucciones, los cirujanos libran una desigual lucha contra el tiempo que por lógica están condenados a perder. Ellos y, sobre todo, su clientela.

Sobre ese razonable deseo de no envejecer edificó su negocio la doctora Ana Aslan, gerontóloga rumana que a mediados del pasado siglo alcanzó enorme notoriedad con la terapia de rejuvenecimiento que lleva su apellido. A su clínica de Transilvania iban en peregrinación acaudaladas damas y caballeros, tan sobrados de millones como de años, con el ingenuo propósito de hacer un pacto con el diablo que les permitiese recuperar la juventud perdida.

Se cuenta que entre sus clientes estaba el histórico dirigente del Partido Comunista Santiago Carrillo, habitual veraneante en la Rumania de Ceausescu. De ser cierta tal hipótesis, Carrillo ofrecería una magnífica imagen promocional del negocio, dado que murió a los noventa y tantos años.

A diferencia de los actuales métodos quirúrgicos, la doctora Aslan aplicaba a sus pacientes una terapia del todo incruenta que se basaba en el uso por vía oral de ciertas pócimas ideadas por la sanadora. El hecho de que la clínica estuviese situada en tierras del viejo reino de Vlad el Empalador -más conocido en su versión literaria de Drácula- añadía cierto morbo al asunto. Lo cierto, sin embargo, es que se trataba de una mera cura para el retraso de la decrepitud que, a lo sumo y con fortuna, podría prolongar en unos años la vida del paciente.

Años después, otro doctor de nombre Aubrey de Grey subió la apuesta al anunciar que, antes de un siglo, la gente llegará a los doscientos años de edad sin necesidad de cirugía ni fármacos. La mera manipulación de los genes y las moléculas permitirá, a su juicio, prolongar la vida humana de parecido modo a cómo se aumenta la duración de un coche mediante las adecuadas tareas de mantenimiento.

Aún va más lejos el director de ingeniería de Google, Ray Kurzweil, quien se aventura a pronosticar que de aquí a solo un cuarto de siglo la ciencia habrá avanzado lo suficiente como para detener el envejecimiento e incluso darle marcha atrás. De ser cierta su conjetura, Kuzrweil habría superado las fantasías del retrato de Dorian Gray imaginadas por Óscar Wilde.

Existen métodos más tradicionales, naturalmente. Basta con seguir las recomendaciones de los médicos que aconsejan dejar de fumar, de beber, de comer lo que nos gusta y fornicar con moderación para que la vida se nos haga una eternidad de puro aburrida.

No son estos los procedimientos más aconsejables, aunque peor parece todavía el recurso al bisturí con el que la gente trata de engañarse a sí misma ante el espejo. Que se lo pregunten, si no, a Camilo Sesto, víctima de tantas burlas tras su última reconstrucción facial.

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