Y o entiendo perfectamente que se deteste a este Gobierno autonómico. Como al anterior. Como al venidero. El abuelo de Bertrand Russell, que fue primer ministro de la reina Victoria, escribió una vez que una de las funciones más importantes e ineludibles de cualquier gobierno consiste en ser detestado. Sí, los gobiernos representan, entre otras cosas, carísimos divanes psicoanalíticos donde descargar demandas insatisfechas, desconfianzas irresolubles, justas o pueriles indignaciones. Pero si una de las funciones de cualquier gobierno es ser escarnecidos una de nuestras responsabilidades como ciudadanos es argumentar la solvencia de nuestras críticas. Porque si es así devienen perfectamente inútiles e incluso pueden generar otros problemas.

Aquí y ahora -incluso por gente que me merece mucho respeto político e intelectual- se está cocinando una olla podrida en Gran Canaria con el caldo más hediondo y viscoso de la historia política del país: el victimismo insularista. Créanme que lo reconozco porque lo probé durante años en Tenerife e incluso terminé transitando levíticamente por los juzgados cuando un personaje inolvidable y sin duda ya olvidado no consintió que lo llamara insularista por minucias como definir como ratas a los grancanarios. Lo conozco muy bien. Ahora un conjunto de circunstancias más bien inconexas convierte una supuesta hegemonía tinerfeña -indetectable en el monto de inversiones públicas, en las cifras de desempleo o en el gasto social per cápita en esta isla- en el martillo que impide un desarrollo pleno y autónomo de Gran Canaria. Una conspiración por parte de un partido que no existe -ATI- pero que es capaz de controlar las administraciones públicas, incluidos cabildos y ayuntamientos donde ni siquiera gobierna CC. A los que están aventando estas necedades -que ninguna relación guardan con los orígenes de nuestros gravísimos problemas políticos, económicos y sociales- desde partidos y medios de comunicación que encuentran en el relato pleitista un recurso electoral, una posición ideológica o un patrioterismo para enardecer lectores habría que pedirles una prudencia elemental, un poco de respeto intelectual a sí mismos. Y a todos los demás un esfuerzo para distinguir que las dificultades y las escaseces, las deficiencias y las negligencias, las torpezas y las miserias afecten muy similarmente a las dos islas capitalinas: el paro, la desigualdad social y la creciente marginalidad urbana, la debilitación de los sistemas públicos escolares y sanitarios, los andrajosos presupuestos de nuestras universidades. Detectar y diagnosticar los problemas, proponer soluciones basadas en la evidencia, criticar a los gobiernos por sus errores y abusos, propugnar una ley electoral menos disparatada y una democracia más participativa es comportarse como ciudadanos adultos. Volver a repatear sobre el escenario del pleitismo supone una irresponsabilidad cívica pero, sobre todo, una forma de estupidez de difícil cura pero rápida propagación.