Hacía sol, incluso hasta un poco picón y nada hacía presagiar lo que luego cayó en Telde, la del pulpo, para entendernos. La fotógrafa Yaiza Socorro y quien firma este artículo recibieron el cometido de cubrir las incidencias -si las hubiera- del temporal que la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) había pronosticado para Gran Canaria, y sobre las 14.30 horas realizaron un recorrido que parecía, a la vista del cielo no del todo azul, pero tampoco tan oscuro, un recorrido más de balance del día anterior que del presente. Error, craso error, como más tarde padecimos en nuestras carnes, zapatos, ropa y material de trabajo.

"No parece que sea para tanto", comentaban los dos informadores, que iniciaron su periplo por el barranco de Las Bachilleras, en El Caracol, lugar donde el jueves el agua venida de La Rocha y Las Medianías había causado estragos en su cauce. Primera parada, un mínimo torrente de agua y fotos a las 'montañas' que el tractor del Ayuntamiento había hecho para recogerlas la próxima semana. Nada que rascar. El siguiente destino fue la zona costera, pero más de lo mismo. Casi se podían calcar las fotografías realizadas el día anterior, salvo por el elemento humano, que modificaba el paisaje. Salinetas, Melenara y La Garita olían mejor, no a mierda como el jueves, pero la pérdida de arena no parecía haberse cambiado ni un gramo. Nueva decepción y los dos periodistas, que seguían sin entender, ya sobre las 16.30 horas, a que se debía la gran preocupación de los responsables del Ayuntamiento expresada por la mañana.

Dispuestos a continuar la ronda por más enclaves del municipio y ya con las gotas o gotones cayendo ya con más intensidad, aviso por wasap de Chemencey Vera: 'llueve muy fuerte y el barranco está desbordado'. Hombre, una novedad. Salimos raudos hacia allí y el espectáculo era digno de verse. El caudal de agua, de color marrón, bajaba con una velocidad tremenda y con el peligro añadido de reboso inminente. Yaiza buscaba el mejor sitio para hacer las fotografías, mi móvil ya se había despedido sin avisar y, aparte de observar todo lo que veía -el fuerte aguacero no daba pie a tomar notas-, mi mayor aportación en ese momento fue sujetar el paraguas a la compañera para que no se le mojara el objetivo.

Visto lo visto, regresamos a la costa y otros lugares y allí se montó el lío. Desde el casco seguimos a un vehículo de Protección Civil con la sirena y a toda pastilla y llegamos a La Garita. Agua que bajaba desde la autovía y que más tarde, nos dejó atrapados y como espectadores de como la corriente estampó varios contenedores contra la pizzería situada en el paseo y contra una moto aparcada. ¿Otra multa por responsabilidad patrimonial o se alegará fenómenos adversos? Se verá.

Y de ahí y tras sortear todos los obstáculos posibles, vuelta al casco para ver cómo el agua hacía de las suyas y corría como un poseso hacia garajes, locales y viviendas bajas para anegarlas. Un comercio chino situado en la avenida del Cabildo era lo más parecido a un lago. Empapados y ya sin más posibilidades de movimiento, el recorrido terminó, pero no así la dichosa lluvia, con sus truenos y algún que otro relámpago para anunciarse.