La Provincia - Diario de Las Palmas

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Aula sin muros

Sonata de otoño

La estación del otoño ha sido inspiración de poetas y escritores cuyos versos y poemas rezuman paisajes grises compuestos de montañas pardas, árboles sin fronda, huérfanos de frutos, y suelos empedrados de hojas leonadas: "Esparce octubre, al blando movimiento del sur, las hojas áureas y las rojas y, en la caída de sus hojas se lleva al infinito el pensamiento". Así escribe acerca del otoño el genial poeta Juan Ramón Jiménez. Y Rimbaud: "El oro del otoño, me iré caminando, entre brillos de castañas, pisar las hojas muertas: risueña, sentiré sus cosquilleo bajo mis pies. Dejaré el último sol jugar sobre mi piel". Lo mismo ocurre con pintores como Van Gogh y John Constable que en sus acuarelas de Avenida de otoño y Campo de maíz reflejan un paisaje mustio y pálido que, con el sol en el ocaso dibujado y coloreado por sus geniales paletas, invitan al sosiego, el recogimiento y la melancolía. El genial Vivaldi, sentado en su pupitre, detrás de los vidrios de la ventana humedecida por el vaho de la llovizna de las tardes grises, mientras escuchaba el canto de una alondra extraviada, también plasmó la melancolía del otoño y la añoranza del pasado en la parte del otoño de su célebre composición de Las Cuatro Estaciones. Poetas, pintores y el compositor musical del Barroco italiano se vieron influenciados por la falta de luz solar y, como consecuencia, una mayor segregación de neurohormonas como la melatonina y disminución de la serotonina relacionada con el humor y de la dopamina con la actividad. Las alteraciones del ánimo y el humor, sobre todo en la gente que vive en regiones frías, han llevado a los especialistas a acuñar un nuevo trastorno propio de la estación denominado Trastorno afectivo estacional.

La falta de luz y los días más cortos parecen asociarse a la aparición de síntomas como la depresión: tristeza, ansiedad, disfunciones alimentarias y disminución de la libido. También pueden aparecer síntomas como problemas de concentración, momentos de tristeza, inadaptación, en chicos y grandes, al nuevo horario y dificultades en las relaciones interpersonales. Para uno y otro caso, en una emisora de radio, un traumatólogo aconsejaba tomar medicamentos para sobrellevar el trance. Nada más desaconsejable que recurrir a los fármacos como una forma simple y regresiva de tratar un simple problema de adaptación que se soluciona con el paso de los días. No había laboratorios que se enriquecen, como los de ahora, con inventos de dopaje para tratar problemas del ánimo en tiempos en que los salones nobles de Europa se escuchaba música barroca. Por eso en la composición de Vivaldi, antes citada, en la parte correspondiente al otoño se representa a unos campesinos que, quizá para olvidarse que comienza la estación de los vientos y fríos, unos se emborrachan con el vino nuevo y otros que ya han degustado las nuevas libaciones duermen la chispa al abrigo de una gavilla de mies cortada o debajo del tronco de un árbol. Una manera planetaria que los humanos han empleado desde hace milenios para evadirse de amargas realidades: beber para olvidar.

En regiones frías se han ideado tratamientos de exposición artificial a luz. Como a todo hay que ponerle un nombre se le llama Fototerapia que consiste en administrar, mediante una lámpara especial, ratos de luz varias veces al día. A los que vivimos en las capitales costeras de las Canarias nos afecta menos porque, junto al Cantón y ciudad de Grecia en Costa Rica, (considerada como una de las ciudades más limpias de América) gozan de los mejores climas del mundo. En estas latitudes atlánticas, de clima subtropical, los síntomas o no aparecen o se asocian, no con la entrada en la estación otoñal, sino con problemas de adaptación a la incorporación al trabajo, los estudiantes al año lectivo o respuestas de estrés derivadas de los ritmos circadianos por el cambio de hora, un canon climático estipulado por la Unión Europea en aras del ahorro de energía.

Los especialistas en comportamiento humano aconsejan soluciones más simples, al alcance de cualquiera, para aliviar uno síntomas que, en todo caso, resultan pasajeros: no olvidar la ingestión de una dieta equilibrada, echarse una siesta, si se puede y uno se siente cansado, practicar algún deporte o afición y caminar. Nunca esas carreras por calles ruidosas y humeantes de tizne de coches en las que la gente parece huir de algo, embebidas en auriculares, escuchando vaya usted a saber qué tipo de melodías, incapaces de pararse para saludar y hablar unos minutos con un amigo o amiga porque les parece una pérdida de tiempo ocupados en sus locas carreras contra el crono que visualizan, a cada momento, en sus relojes digitales, un apéndice más de sus cuerpos embutidos en mallas reflectantes y ajustadas fabricadas para perder grasas. Todo lo contrario, resulta más saludable echarse a caminar en plácida conversación con buena compañía. Y al final, si se tercia, terminar sentados a la vera de un camino de palmitos, madreselvas, de una playa, o una escollera solitaria contemplando la luna de octubre que, como dice el poema convertido en canción, "?es la más bella porque en ella se refleja la quietud de las almas que han querido ser dichosas al arrullo de la eterna juventud".

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