Segunda incidencia grave en menos de 48 horas, y Telde como escenario. El fenómeno meteorológico adverso que vino sin avisar y descargó sin que nadie nos avisase, al menos con la suficiente antelación, se oculta ya en cerrada noche. A la hora de escribir estas líneas (21 horas) se cierne de nuevo el nerviosismo y la incertidumbre en la población de Salinetas, Melenara, La Garita y otros puntos costeros, tras declararse el nivel 1 de emergencia.

Mientras, en Salinetas junto a casa, docenas de vecinos se apresuran a rellenar de arena de la playa, la misma playa que acaba de dilusirse, docenas de sacos de plástico que harán de contención en los accesos a garages y pisos bajos. Prisas, desconcierto, nervios en medio de una labores de ingeniería civil improvisada ante la ausencia de efectivos. Barrancos desbordados, deltas playeros desbordados; autoridades, desboradas. La alcaldesa, en claro tono alterado, informa que ha pedido ayuda al Gobierno de Canarias y a la Unidad Militar de Emergencias. Lo malo llegó, lo peor esta por llegar, al menos así lo anticipa una nota de prensa urgente del Cabildo.

Ambulancias, vehículos de Protección Civil, 112 , policía Local, Guardia Civil cruzan de lado a lado la dispersa geografía de un municipio orgráficamente accidentado, hoy más accidentado que nunca. De medianías a la costa, de norte a sur. Los contenedores corren víal abajo hasta desparecer bajo remolinos canelos en espesas recetas de ramas, papeleras, piedras y hasta vehículos que frenaron su desbocada precipitación al mar al impactar contra pasos a nivel o acueductos canalizaciones de agua.

Cuatro horas antes mis planes se alteraban. Sabía del cierre del túnel de La Laja por desprendimientos e hice caso a las recomendaciones de acceder por la Circunvalación. Como yo, miles de conductores cumplieron con cívico propósito. Todos acabamos en el ismo sumidero. Los 15 kilómetros de distancia desde el Hospital Doctor Negrín a Salinetas se hicieron eternos. Un colapso de vehículos donde todos miraban al cielo. Delante de mi, un taxi con cuatro pasajeros con destino al aeropuerto. Sobre las 18 horas, a la altura de Lomo Blanco. Me fije. El taxímetro marcada 43,55 euros.

La densidad de tráfico era tal que el paso de los efectivos de emergencia era un verdadero ejercicio de pericia al volante. Nosotros mismo éramos causantes del trombo vial, retrasando la intervención de las llamadas de emergencia.

Escorrentías, cascadas y arcenes expulsando agua a plena presión en su errático discurrir por la autovía. Por fin accedo al cruce de Melenara. Carretera cortada, al igual que los accesos por La Estrella y La Garita. Me dirijo más al sur dirigiéndome por otro acceso, en concreto por la antigua vía del viejo Ikea. Pero más cola. Un muro acaba de ceder ante la fuerza del agua y ha caído parcialmente sobre la cabina de un camión. Un coche de la Policía Local tiene acaba de cortar la carretera.

Hoy es un día para celebrar. No por la coordinación y la prevision, no por los medios técnicos de los que dispone la Aemet, a caballo entre las cabañuelas y la evidencia científica. Hoy es un día para celebrar porque se han producido multitud de milagros anónimos de los que ni usted ni yo ni las autoridades sabremos jamás. No hay desgracias personales, por el momento. Y para la que cayó, las consecuencias son, afortundamente, desproporcionadas al potencial devastador efecto que pudo desencadenar.

Hoy, los vecinos de Salinetas y de la costa teldense, han vuelto a dar el mejor ejemplo de la simbiosis vecinal, de la solidaridad y de la resiliencia ante un fenómeno adverso como éste, unido a cierta diletancia oficial. Como me decía una vecina con un suspiro de temporal alivio: "Gracias a Dios no han habido más desgracias". Siempre me pregunté a qué sabe una tormenta. Despejada la duda.