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Cada cosa en su sitio

Gran pacto de Estado por Cataluña

Declarar abierta la nueva legislatura de la "República de Cataluña" en un parlamento cuya mayoría en votos electorales no respalda semejante declaración, es uno más entre los hechos consumados que el bloque separatista acumula en su sprint hacia la crisis final. La señora Forcadell ha vulnerado los fundamentos del parlamentarismo democrático y sin duda existen medios legales para depurar su responsabilidad. Pero ya son muchos los que buscan la palma del martirio para lavar indecencias y pasar a la historia como padres o madres de la patria catalana. Las respuestas no deberían hacer mártires, y aún menos entre aquellos que quieren serlo. Tras disolver las cámaras estatales y convocar las elecciones generales del 20 de diciembre, lo que procede es pactar una estrategia para el más importante problema de España, que es, con mucho, la cuestión catalana.

Si las encuestas no omitiesen tantas cosas, probablemente denotaría este problema el más alto indice de preocupación ciudadana. En consecuencia, convertirlo en artillería electoral de unos contra otros sería peor recibido que la participación en un gran pacto de estado capaz de encontrar vías de concordia hasta ahora no contempladas. Las apetencias del pacto de estado brotan con frecuencia como único recurso, o el mejor, para afrontar problemas sin duda importantes, pero hasta ahora no han llegado al catalán. Tal parece como si hubiera un compás de espera hasta que la acción o el inmovilismo del gobierno estatal acabe en fracaso y pueda ser instrumentado como arma letal en elecciones y fuera de ellas.

Si es al precio de la separación catalana, el fracaso se extendería a todos. Los catalanes que pueblan la "república" de Forcadell han demostrado sobradamente que sus tragaderas son enormes para todos los datos negativos del proceso: caos económico de la administración de Artur Mas, deuda pública casi impagable, bonos basura, sedes de Convergencia embargadas, corrupción rampante, imputaciones y detenciones de los tesoreros del partido, alargada sombra del clan Pujol, cierre de las instancias internacionales, etc. Nada parece importarles si al final está la independencia. Por ello sería bueno que, en lugar de repetir sin fin argumentos ya resobados, el peso de un auténtico pacto de estado inaugure la dialéctica común, que sería la negociadora, sin miedo a que los unos descalifiquen a los otros por dejaciones o concesiones que son en parte inevitables cuando la voluntad de negociar es real y solidaria. En paz y en libertad, las grandes soluciones tienen un coste que no desvirtúa su grandeza.

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