La Provincia - Diario de Las Palmas

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Aula sin muros

La fiesta de los muertos

Se juntaban familias enteras, por la tarde, convidados a una singular comilona de castañas tostadas, cochafisco o piñas asadas de millo tierno, dulces caseros, chocolate caliente, regado con vino dulce y copas de anís que, en muchos jóvenes adolescentes, provocaron las primeras chispas al tiempo que, la desinhibición del efluvio vinoso, los primeros roces de tortolitos enamorados. Era, en un tiempo pretérito, la forma gozosa de enjugar las lágrimas por un familiar difunto y frenar el embate doloroso de la muerte. A la mañana, sin escuela para la chiquillería, se celebraba el culto y oficio a las ánimas de los difuntos, con grandes velones prendidos en el llamado Altar de las ánimas donde un cuadro representaba al Purgatorio con los medios cuerpos, crujidos entre llamas a medio arder, mientras la otra parte, manos juntas, imploraban al cielo pidiendo ascender a lo alto y serles permitido, de una vez y para siempre, contemplar el rostro de Dios. Este lugar de tránsito a la Gloria lo inventó la Iglesia en el siglo XII para que los pecadores pudieran purgar sus delitos en un lugar menos terrible que el infierno eterno.

La imagen, hasta tiempos recientes, no hacia sino aumentar el pánico de la gente, sobre todo de los más chicos, a lo que puede ser el fuego del Infierno alimentado por leña y pasto movidos por una legión de diablos con ganchos y horquetas. A mayor inri de miedo a las calderas de consumo de pecadores irredentos, algunos párrocos colocaban al pie de la tarima del altar la imagen de una calavera cruzada por dos huesos de fémur. Por la tarde la jarana y las viandas. La definición de la efeméride viene en El Léxico de Gran Canaria de Pancho Guerra como Los Finados: "el día de difuntos y por extensión al conjunto de golosinas que se repartían el primero de noviembre, día en que la Iglesia celebra la festividad de Todos los Santos". Por su parte Domingo José Navarro y Pastrana en su obra Recuerdos de un noventón escribe que en ese día se reunían las familias para jugar a la perinola, comer castañas tostadas, dulces, chocolate y beber vino y licores. La costumbre existió hasta hace bien poco en que la globalización y el marketing trocaron la vieja costumbre isleña de honrar a los muertos por la fiesta de Halloween. Wikipedia la define como "una fiesta de origen celta que se celebra en la noche del 31 de octubre sobre todo en los países anglosajones como Canadá y Estados Unidos". Las tiendas de abalorios y los grandes centros comerciales muestran en las vidrieras esqueletos móviles, calabazas de cartón, capas de vampiros y caretas de zombis ensangrentadas que hacen las delicias de los más chicos en un festejo anual que se convierte en una rebelión contra el miedo. Se disfrazan y se juntan en fiestas infantiles o tocan de puerta en puerta pidiendo una dádiva.

La copia americana ha extendido la costumbre, en países de habla hispana, de solo llamar a aquellas puertas o dinteles en los que vean algo que tenga que ver con el evento como careta de diablo, calabaza iluminada o alas de murciélago que si fuera una aparición onírica le produciría un despertar con sudor de pesadilla. Por las noches la juventud se junta en salas de fiestas, disfrazados en un adelantado carnaval de trajes de muertos vivientes, capas de vampiros sedientos de sangre en busca de procurar espantos y cortejos que luego derivan en noches o amanecidas de amores con lo que, ("nada nuevo bajo el sol") se cumple el antiguo mito griego de Eros-Thanatos, amor, destrucción y muerte que, desde el origen de los tiempos, ha acompañado a los hombres en todas las culturas y civilizaciones. Quizá por eso mismo Zorrilla creó, en la misma fecha, el Tenorio como contrapartida a la pérdida definitiva de sí mismo y los otros que acarrea la ruina de un cuerpo exangüe de vida y pasión. Si algo nuevo tiene esta manera de festejar a la muerte es que puede servir de catarsis contra ella misma y el ceremonial de finado, fiambre, cuerpo presente o alma en pena en su divagar por mundos de ultratumba. Una parodia, un deseo de escapar o, al menos poner pausa, a que, el día menos pensado, aparezca la Parca y se lleve a uno en la Barca de Caronte, sin retorno, a un lugar de tinieblas. Siempre queda la esperanza que viene escrita, en forma de estrofa, a la entrada del cementerio de la Recoleta de Buenos Aires, lugar de reposo de cuerpos próceres como el de Evita Perón: "Ángeles custodian sus sueños truncados, reposan espadas que tanto han luchado, laureles convocan las glorias logradas, palmas de martirio, lágrimas amargas". Pero para no olvidarnos del cierto fatalismo que adorna el carácter y alma canaria isleña a alguien se le ocurrió esculpir en el frontispicio del cementerio del antiguo barrio de las Tenerías de Las Palmas: "Templo de la verdad es el que miras no desprecies la voz con que te advierte que todo es ilusión menos la muerte".

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