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A tiempo y a destiempo

El Sínodo sobre la familia: una tormenta en un vaso de agua

Se baja el telón. El Sínodo mediático ha terminado, el otro Sínodo no. Los padres sinodales vuelven a casa. Muchos de ellos residen en otros continentes y el viaje será largo. En la espectacular sala Nervi del Vaticano, donde se han escuchado más de 700 intervenciones, se hace el silencio y los más de 450 representantes de los medios de comunicación acreditados, recogen sus ordenadores, desmontan la selva de telecámaras y dejan paso a las preguntas.

En las parroquias, donde transcurre la vida ordinaria de los fieles y donde uno se topa con la vida real, en las que las familias de todo tipo miden sin florituras el grado de inclusión o exclusión que experimentan, la cuestiones son: ¿ahora qué? ¿Hay algo nuevo?

El documento final del Sínodo, aprobado por unanimidad y destinado al Papa -aunque Francisco ha querido hacerlo público-, por ahora, no cambia nada. El texto sinodal, fruto del trabajo de tres semanas, tiene solo carácter consultivo, no deliberativo. Habrá que esperar a la publicación de la Exhortación Apostólica del Papa para ver qué tipo de aplicaciones prácticas hay que tener en cuenta.

Sin embargo el éxito del Sínodo no está tanto en las tímidas conquistas que haya podido quedar reflejadas en el papel, cuanto en el dinamismo que ha desatado. Por primera vez un Sínodo ha mostrado sin reticencias y con franqueza, la variedad católica y la dimensión colegial de la Iglesia. Variedad de lenguas, pueblos, cuestiones teológicas y sensibilidades marcadas por las distintas relaciones con la contemporaneidad. Un calidoscopio que requiere lenguajes y adaptaciones pastorales diferentes, tanto en relación a las familias, como en el "caminar juntos". "A esta colegialidad ha de convertirse el papado", afirmó Francisco. La "sinodalidad" no es opcional, es constitutivo de la Iglesia y, por ello... "lo que afecta a todos debe ser discutido por todos" concluye. Un principio tan viejo como el cristianismo, pero jamás escuchado en la boca de un Papa que refuerza la misión y autoridad de los obispos. A ellos, pretende devolver, Francisco, como obispo de Roma, algunas facultades hasta ahora exclusivas del Papa, y hacer valer el principio de la subsidiariedad, siempre que no afecte a la unidad de la fe católica cuyo garante es el Papa.

Posiblemente el Papa no esperaba tantos palos en las ruedas para frenar las reformas aperturistas, pero ahí han estado como un solo hombre los obispos estadounidenses, los africanos y polacos haciendo de contrapeso. Tampoco ha pasado desapercibida la carta hecha pública por 13 cardenales preocupados por el método de trabajo y la composición del grupo encargado de la relación definitiva de las conclusiones. Una cuestión que no pasaría de normal en cualquier foro de debate, pero que fue interpretada por la prensa como desestabilizadora al ser presentada "con luz y taquígrafos". Ambiente aparentemente enrarecido que provocó que el mismo Papa aludiera a una "hermenéutica de la conspiración" y el periódico del Vaticano reaccionara con un duro editorial. Un mobbing peculiar que tuvo su trending topic la víspera de la inauguración de la asamblea sinodal con la salida de armario de un monseñor de la Congregación de la fe y llegó a su culmen con los rumores sobre la salud del Papa. Sin embargo, ha sido una tormenta en un vaso de agua, pues este grupo, aunque muy combativo, era minoritario como, a la hora de la votación, se ha puesto de manifiesto. El documento conclusivo ha sido aprobado por mayoría, incluso en los aspectos más discutidos y aperturistas, si así puede denominarse un párrafo que tiene como base una cita del Papa Wojtila. Aparentemente tenía lugar un Sínodo dentro de otro Sínodo, pero uno de ellos ha sido sobredimensionado.

La asamblea de obispos, reunida para debatir sobre la familia, ha sido fructuosa y fecunda. "Ciertamente no significa haber cerrado todos los temas inherentes a la familia", advierte el Papa, "sino haber intentado iluminarlos con la luz del Evangelio, de la tradición y de la historia bimilenaria de la Iglesia, infundiendo en ella la alegría de la esperanza sin caer en la fácil repetición de lo que es indiscutible o ya ha sido dicho." Pero, sobre todo, la experiencia de estos días ha abierto un camino nuevo. Más allá de lo aportado, el Sínodo se ha impuesto como espacio de escucha, de confrontación recíproca y de formación de consenso. No al modo parlamentario con criterios de mayoría, sino según una dinámica que cuenta con los diversos carismas y funciones en el interior de la Iglesia.

Por ahí hay que avanzar, pero no será coser y cantar. Será un itinerario fatigoso, largo y, a veces, contradictorio, porque la corresponsabilidad no es fácil. No solo porque la autoridad, a menudo, prescinde de ella, sino porque la pasividad e inercia en la que hemos crecido nos hace observadores pasivos. Pero, sin ser ilusos, ese será el futuro. Todavía hay mucho miedo en la Iglesia, pero algo se mueve.

En esto, como en otras tantas cosas, las preguntas, que por primera vez han llegado al aula desde los cuestionarios distribuidos a los fieles en su momento, movilizan, provocan. Pero, como afirma Rilke, "hay que tener paciencia con todo aquello que no está resuelto... No es hora de buscar respuestas... ahora toca vivir las preguntas".

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