La Provincia - Diario de Las Palmas

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A la intemperie

Mala gente

Imaginemos que nos gusta fusilar. No en tiempos de paz, claro, porque en tiempos de paz a ver quién se atreve.

Nos gusta fusilar en momentos de revueltas populares o antipopulares, en épocas de confusión, cuando nadie se fija mucho en lo que haces. Esta es la nuestra, nos decimos mientras arden por doquier las pasiones más bajas, cuando la gente denuncia por denunciar o porque debe dinero al denunciado. O porque ese primo nuestro nos cae mal desde siempre, sin más explicaciones. Como ocurre, en fin, en las guerras civiles, donde la gente mata a la misma persona a la que hace dos días le pedía un par de ajos para hacer un sofrito. Tienes que pensar a quién le prestas los ajos, hay vecinos que no soportan que les hagas un favor.

Bueno, pues estamos ahí, en esa situación en la que podemos tirar la piedra y esconder la mano o fusilar sin problemas legales porque la ley es precisamente su ausencia. Nos apuntamos a un pelotón de fusilamiento y preguntamos al jefe dónde fusilamos esta noche.

En tal barranco, o frente a la tapia de tal cementerio, nos dice el mandamás. Y nosotros, dóciles frente a la autoridad, nos subimos a la caja del camión, junto a los fusilables, que van con las manos atadas a la espalda y hacemos el camino gastando bromas y escupiendo de medio lado y mirando con superioridad a los pobres infelices que dentro de dos horas estarán enterrados en una cuneta o abandonados en un vertedero.

A lo mejor, en un acto de generosidad supremo, ofrecemos una calada del cigarrillo que acabamos de encender al que va a nuestro lado.

Bien, ya tenemos una imagen más o menos precisa de lo que es ir a fusilar y de lo perverso que hay que ser para participar de una de esas expediciones. Pero nosotros disfrutamos matando, torturando, haciendo sufrir en general.

Así que el camión se detiene no sabemos dónde, hacemos bajar a los presos, les obligamos a cavar su tumba mientras contamos unos chistes, y luego los colocamos en fila para fusilarlos por orden.

En ese instante, vemos que una de nuestras víctimas va en pijama. ¿Quién sería capaz de matar a un hombre en pijama, con la vulnerabilidad que eso produce? Nosotros, pese a lo malos que somos, no, desde luego. Pero así es como fusilaron a Lorca, pobre, en pijama. Qué mundo.

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