Más que un grito fue un esperrío; aquella boca parecía un socavón, que no sólo espantó a los que estaban cerca de ella. Pero sobre todo el artista, que al otro lado del puente la inmortalizaba (que más bien parecía la mataba). Por lo que se aprecia, es una mujer, muy mayor, que había ido al mercado muy de mañana y regresaba a su casa atravesando el puente (ella lo conocía, era su vecino). Consciente de que iba a pasar a la posteridad, fue por lo que le gritó. ¡La estaba pintando sin ir debidamente arreglada! Con el abrigo viejo y la bufanda descolorida; con esa vestimenta que solía usar cuando salía de amanecida. Si no ¿a cuenta de qué iba ella a dar ese grito terrorífico? El artista, que esa mañana pintó el cuadro, tiritaba por el gélido día, y se nota, en los afiliados y rápidos trazos de sus pinceladas y el colorido helado de sus matices, debido a sus helados dedos. Si ella salió un poco desenfocada, fue porque estaba tiritando de frío. Una mujer sólo grita así por dos razones: la otra, si ve una cuca (cucaracha), no es para menos.

Hoy día, cualquiera que vaya por la calle puede quedar a perpetuidad, o no, en el móvil del individuo que pase a su lado, con una sola pulsación.