El 27 de octubre acudí a la magnífica charla de mi admirado Javier Urra en el Espacio Cultural CajaCanarias, bajo el lema "Marcar límites también les ayuda a crecer". Esta actividad se inserta dentro de unas jornadas de reflexión para padres y madres que tendrán lugar durante octubre y noviembre en Tenerife, La Gomera y La Palma. Urra, doctor en Psicología y en Ciencias de la Salud y primer defensor del Menor de la Comunidad de Madrid, es todo un referente en temas educativos y ha compartido sus conocimientos con generosidad a través de numerosos libros cuya lectura recomiendo vivamente, entre ellos Educar con sentido común, ¿Qué ocultan nuestros hijos?, El pequeño dictador o, recientemente, El pequeño dictador crece. Basta con darse una vuelta por hogares, colegios y calles para constatar que demasiados niños se han convertido en los dominadores de nuestra sociedad. No hay ámbito que escape a sus deseos. Deciden qué les apetece comer y qué no, cuándo quieren ir a dormir o cuánto tiempo pretenden estar enganchados a las máquinas. Cualquier conato de reprobación, freno o sanción por parte de progenitores, abuelos y profesores acarrea situaciones de tensión que dichos adultos, por distintas razones, habitualmente se resisten a afrontar. Se trata de niños egoístas y caprichosos, incapaces de aceptar una negativa y reacios a la imposición de los límites imprescindibles para su formación como personas. No toleran el fracaso ni aceptan la frustración, como tampoco reconocen sus errores o faltas.

Según el conferenciante, existen chavales de menos de siete años que, incapaces de controlar sus impulsos, dan puntapiés a sus madres mientras éstas, entonando un débil "eso no se hace", sonríen por no llorar. O que estrellan contra el suelo un bocadillo que no resulta de su agrado para, posteriormente, verse premiados con la compra de un bollo. Conviene tener muy presente que la tiranía infantil degenera a menudo en violencia doméstica juvenil, que se traduce en estados recurrentes de agresividad, absentismo escolar, experiencias de alcoholismo y drogadicción y exigencias económicas desmesuradas. Además, en la franja de edad que se extiende entre los doce y los dieciocho años, ese desapego emocional hacia quienes les han dado la vida es ya palpable y difícil de reconducir con éxito. En este sentido, nuestro Código Civil recoge en su artículo 154 la figura del auxilio a la autoridad que, por si no lo saben, puede recabar todo padre que se sienta desbordado por la conducta de su hijo. Por lo tanto, la permisividad en la que a veces se educa a los más pequeños, la corriente de "dejarles hacer" y la prevalencia de sus derechos sobre sus deberes dan como resultado un proceso de madurez maltrecho y viciado por la ausencia de transmisión de los valores básicos.

Resulta asimismo incuestionable la enorme responsabilidad de algunos medios de comunicación audiovisual en esta involución social, al actuar como correa de transmisión de unos modelos de comportamiento nocivos, irrespetuosos y banales, a años luz de la urbanidad y de la promoción de la cultura pero, por desgracia, muy rentables desde el punto de vista publicitario y de las audiencias. La solución pasa, pues, por ejercer la autoridad moral paterna con buen criterio (sin olvidar el amor, el humor y el perdón) y por anclar el desarrollo del menor sobre los pilares de la actitud, el esfuerzo y la solidaridad.

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