La Provincia - Diario de Las Palmas

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Opinión

Regreso al pasado

Recientemente se habló del nivel de acierto que lograron las profecías ochenteras de la película 'Regreso al futuro', al coincidir en nuestro calendario las fechas de nuestro día a día con el destino imaginario al que nos llevaría supuestamente el coche de Marty McFly.

Personalmente, más que fijarme en el nivel de acierto de este Nostradamus moderno, me llama la atención la gran cantidad de cosas que no han cambiado para nada. Y no me refiero a los niveles de paro del entonces y el ahora, o poder comprobar cómo los aldeanos y aldeanas siguen conformando la población de otra isla dentro de una más grande, especialmente cuando caen cuatro gotas y su eterna e inconclusa carretera los somete al aislamiento elevado al cuadrado.

Ya que hablamos de coches del futuro, los de nuestro presente no sólo siguen pegados al asfalto sin volar ni tan siquiera un poquito, sino que replican en lo que al Norte de nuestra isla se refiere, las enormes colas mañaneras rumbo a Las Palmas, como si no hubiera transcurrido tiempo alguno desde aquellos años 80.

Recuerdo tal nivel de paranoia en aquella zafra, que levantarse y enfrentarse al volante era cómo si todos los días le tuvieras que pedir un aumento al jefe. Una vez era tal el desespero por llegar al Campus de Tafira donde trabajo, llegando a seguir un coche que de buenas a primera y en el sopor de la caravana pegó un volantazo saliéndose del redil a la altura de Tenoya, y se metió por un camino alternativo. Sin pensármelo dos veces me dije, "éste conoce un atajo?", y cuando me vi estaba enfilando cuesta abajo entre cortavientos de plataneras, sin rumbo conocido hasta que identifiqué paisajes de Tinoca desde otra perspectiva y ya conecté con la pista. Pero hoy ya no me quedan atajos que tomar ni ganas que tengo. Sólo me pregunto qué fue lo que pasó para que de repente la carretera del Norte amanezca día sí, día también, colapsada de coches como si no hubiera un mañana. Unos dicen que el cambio de horario provoca que el Sol nos dé en la frente con el madrugón, con el consiguiente deslumbre que aconseja levantar el pie del acelerador, y es que todavía nadie ha inventado la manera de instalar convenientemente unas nubes en el horizonte que ayuden a dar fluidez al tráfico, en tanto a la gente le dé por comprarse gafas de Sol. Otro dicen que son las obras de la cuarta fase de la Circunvalación, la cual nos venden como la panacea y el pañuelo en el que enjugar nuestras lágrimas de conductores amargados. También nos dijeron que con el desdoblamiento de los dos carriles hacia el Rincón nuestros problemas acabarían y parece ser, que como dice la canción de amor, nada es para siempre.

Mientras estoy parado a la altura de Bañaderos, y reflexiono sobre todas estas cosas, me da por echar un vistazo alrededor buscando más que sea en la mirada, la empatía entre mis conductores vecinos y nada.

Todo el mundo está de una mala leche tremenda recomponiendo su escenario particular de lo que va a decir en el trabajo, al entrar a clase, o cualquiera que sea su caso particular de excusa por retraso. Sin embargo compruebo que todos tenemos algo en común, vamos solos en nuestro coche, el que nos vendieron como metáfora de una libertad al alcance de todos los que pudieran fraccionar el pago, libertad que es en verdad esclavitud, al menos lo es en parte, en la parte de la caravana diaria del norte grancanario.

Para rematar el cuadro, me viene a la cabeza la imagen del interior de la guagua que cogí alguna vez que tuve que llevar el coche al mecánico, y que desde Gáldar o Arucas va al campus universitario por la mañana, desolada y casi sin pasajeros, a excepción de media docena de señoras que se bajan siempre en el Negrín. Es decir, de nada sirven los esfuerzos en financiar la dotación de adecuados instrumentos para el transporte colectivo sin políticas de concienciación para el usuario.

Además, a quién le importa la conciencia cuando en el interior de tu cerebro suena subliminalmente aquello de "conducir? ¿te gusta conducir?? brooommm, brooommmm?"

Varias idas y venidas de mi madre al pilar del agua en Valsequillo, y a veces hasta el propio barranco de San Miguel, para llenar las tallas con agua para la casa, forjaron el aprendizaje de una cultura del ahorro hídrico en mi casa que no habría libro ni método que lo superase, llegando al extremo de perseguir cualquier rumor de goteo o cisterna mal cerrada hasta que no quedase esclarecida la fuga, y ya no te digo cuando la lavadora se quiso hacer hueco en nuestras vidas y mi madre corría con la palangana para aprovechar el agua del aclarado, incapaz ella de soportar aquel destrozo.

Sin embargo, no veo la manera de aprender de todo esto que me ocurre y nos ocurre a todos cada día, al comprobar que basta que nos pongan carreteras nuevas un día, para llenarlas de coches al día siguiente y sobre la marcha estar lamentándonos que "hacen falta más carreteras".

A lo mejor cuando el agua nos llegue a las patas creeremos que lo del cambio climático es verdad, aunque siempre habrá alguno que diga "esto sólo es una marea del Pino un poco más fuerte, y con un dique nuevo lo arreglamos?"

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