Conozco a un escritor atormentado porque se ha plagiado a sí mismo en dos novelas, en un libro de relatos y en dos poemarios, y nadie se ha dado cuenta ni se lo ha reprochado. Es más, en la crítica de su segunda novela, plagio de una anterior escrita y publicada quince años atrás, recibió muchos más elogios que la primera vez, en especial, destacaron los críticos la originalidad de la trama, que era copia casi literal de su antecesora. El caso de los poemarios es más hiriente para mi conocido escritor, pues se limitó a alterar el orden de los poemas y el título del libro. La primera ocasión, recibió dos premios a los que no se presentó, y en la segunda, quedó finalista del premio de la crítica y su nombre sonó con fuerza como candidato al premio literario que otorga su comunidad autónoma. Entre la publicación de un poemario y otro sólo han transcurrido cuatro años. Es verdad que en el caso de los relatos, el asunto del plagio era y es más difícil de descubrir, pues los publicó primero en una edición de una editorial latinoamericana, con una distribución muy restringida, y después, con título distinto, alteración del orden y cambios en algunos finales, en una prestigiosa editorial española. A mi conocido escritor, con toda esta acumulación de despropósitos, le ha alcanzado el agobio pues él esperaba lograr la fama como plagiario y no como escritor original. Pero mi conocido escritor olvida, se empeña en olvidar, que sólo puede plagiarse la obra ajena, nunca la propia. Y que lo que él hace es un trasunto de psicoanálisis revertido en obra en marcha, todo muy a lo James Joyce, pero sin constituir ningún tipo de delito. Pero mi conocido escritor niega la mayor, es un empecinado. Por eso le he sugerido que intente publicar una edición de sus obras completas que, aunque pocas, dan para un tomito decente, en buen papel y cuidada encuadernación. La idea le ha encantado y está empeñado en tal misión. Sin embargo, quiere incluir tres obras presentadas como inéditas pero que, en realidad, son un tercer autoplagio de su novela, de su poemario y un segundo de sus relatos. Le insisto en que estos añadidos van a crear más confusión y dificultar su empeño de ser acusado como estafador de sí mismo. Pero le invade la alegría de las obras completas que se recrean a sí mismas. Le entiendo: habiendo tantos libros prescindibles, qué mejor que recrearse en la suerte y no repetirse.