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El periscopio

La educación medioambiental, por los suelos

No descubrimos nada nuevo si decimos que una buena parte de la población española no está aun sensibilizada en cuestiones medioambientales y en la preservación de la naturaleza, a pesar de las campañas que se han desarrollado a lo largo de estos últimos años. Pasan bastante de todo aquello que tenga que ver con la ecología. Diariamente, esas pruebas son evidentes.

Es una pena porque la Tierra pide a gritos que basta ya, que no se siga atentando contra ella, si deseamos subsistir en un futuro inmediato. La comunidad científica nos envía de vez en cuando sus avisos, sus mensajes, sus conclusiones porque la capa de ozono desaparece, muchas especies animales y vegetales se han extinguido o están en peligro de extinción, ríos y mares aparecen también contaminados y parte de los alimentos que tomamos, también lo están.

Pero muchos gobiernos mundiales, o se reúnen para decir, hipócritamente, que hay que tomar medidas para evitar el desastre que se avecina, o no quieren involucrarse porque esas decisiones pueden erosionar los intereses de las grandes multinacionales del petróleo, del gas, de las industrias contaminantes, etc, etc. Los negocios son los negocios, aunque nos quedemos sin humanidad y sin mundo. Ya en España tuvimos el ejemplo claro cuando un ministro de Rajoy defendía a capa y espada las prospecciones petrolíferas muy cerca de Canarias, sin importarles que cualquier vertido de crudo que se produjera podría dar al traste al único recurso sostenible (?) que tenemos ahora, como es el turismo, entre otros daños colaterales que ustedes pueden imaginar.

Llevamos varios años enganchados al carro de una Europa, que se supone civilizada, y deberíamos aprender que los combustibles fósiles son contaminantes y dañan nuestra salud y el medio ambiente. Deberíamos haber aprendido que hay que desarrollar lo más posible esas energías que sí son sostenibles de verdad y no causan daño, como pueden ser la eólica, la solar, la de las mareas, la eléctrica o cualquier otra que surja por ahí, inventada por algún genio.

Qué pena da contemplar, desde algún mirador de una gran ciudad, a toda esa población que no respira aire puro sino el gas letal que desprenden los tubos de escape de miles de vehículos, o las chimeneas de la mayoría de las fábricas. Puede haber el mismo número de atascos en las urbes, pero serían más llevaderos si lo que circulasen fuesen vehículos eléctricos, por ejemplo...

Pero no me refiero solamente a esa diaria contaminación que observamos en las ciudades, sino a otro tipo de acciones que en este país, como en cualquier otro que se considere civilizado, deberían estar sancionadas. Por muchas advertencias y campañas que se realicen en España, y en Canarias en particular, no se pierde la mala costumbre de tirarlo todo al suelo: colillas, papeles, botellas, plásticos, sobras de comida, envolturas de golosinas, etc, que se dispersan por calles, playas, jardines, bosques, plazas, barrancos, tomándolo como si fuera algo natural y consustancial en el ser humano.

Las autoridades autonómicas y del Gobierno de la nación deberían tomarse más en serio la erradicación de estos hábitos perniciosos. Los padres, en sus hogares, tendrían que ser el primer ejemplo para sus hijos en estas cuestiones. La escuela tiene que impartir una asignatura que tenga que ver con el respeto a los demás y la convivencia, con la preservación del medio ambiente y de la naturaleza, con el cumplimiento de las leyes. Los ayuntamientos deben también involucrarse decretando normas que induzcan a respetar el entorno y todo el municipio y, por supuesto, imponiendo sanciones económicas, o sociales, a quienes hacen caso omiso de las mismas. Lo que no se debe permitir es que haya anarquía, una empecinada desobediencia civil y muestras de mala educación debido a la desidia de quienes ostentan el poder.

En los colegios, en los institutos, hay que enseñar al niño, al joven, a que utilice las papeleras, los contenedores y que no las destrocen, como hacen algunos. Pero insisto en que la primera lección debe partir de los hogares, de sus padres que también deben ocuparse de estos temas.

Yo, como ciudadano, siento vergüenza ajena, ver como amanecen determinados lugares de nuestras ciudades y pueblos, después de las noches de jarana de miles de jóvenes que lo dejan todo hecho un asco, lo que denota en todos ellos una falta de educación y de respeto, y, por supuesto, no dejan tampoco en buen lugar a sus progenitores. Pero también afirmo que las autoridades municipales deben comprometerse a acabar con esta lacra social... aunque después no les vuelvan a votar. ¿O es que sólo les interesa el poder por el poder?

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