La Provincia - Diario de Las Palmas

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Cada cosa en su sitio

Antidiscurso del trabajo

No ha pasado mucho tiempo, tan solo 45 años, desde la muerte de Bertrand Russell, uno de los filósofos estelares de los tiempos en que fui joven. Fue impactante su libro Elogio de la ociosidad, publicado en 1932, uno de los años duros de la gran depresión. Decía que trabajar menos incrementaría la felicidad humana, axioma que muy pocos discutirían hoy, aun cuando la sacralidad del trabajo es más intensa y sediciosa que nunca. También escribió que "la idea de que el trabajo es virtuoso ha hecho un daño inmenso". Ítem más: "La moralidad del trabajo es la de los esclavos, y el mundo moderno no necesita la esclavitud".

El hecho de que la realidad se empeñe en contradecirlo no invalida su discurso. Una jornada de cuatro horas, suficiente para cubrir el coste del vivir, y el resto del tiempo dedicado al ocio cultural, deportivo, o de la naturaleza que cada cual prefiera -excepto la inacción degradante- era la utopía de este gran pensador ubicado en el testimonio ético y en la filosofía analítica, que, lejos de ensoñaciones, dedicó su vida al estudio de la matemática, la materia y la lógica del conocimiento. Pero veía que "hasta hoy hemos seguido siendo tan activos como antes de que hubiera máquinas; hemos sido estúpidos, pero no hay razón para que lo sigamos siendo siempre".

Razón o sinrazón, el trabajo que consideramos digno, al igual que el indigno y el esclavizante sigue siendo el bien más escaso, más deseado y más delator de la ineptitud de los gobiernos. No falla el modelo de vida pensado por el filosofo galés, sino el modelo de sociedad capitalista impuesto por la ética protestante, según Max Weber. Los que sostienen que nuestro mundo ha vivido y sigue viviendo con la crisis su segunda gran depresión, y no saben remontarla con algo mejor que el nuevo esclavismo laboral, se distancian años luz del ideal de "vida equilibrada" que postulaba Russell, y solo merecen desconfianza por no haber aprendido nada de la primera. Las fronteras del sur Europa abarrotadas por quienes aspiran a trabajar en paz para vivir, como los parados forzosos de los países europeos, describen sobre todo un tenebroso cuadro de impotencia. El mundo moderno necesita la esclavitud porque ha sido construido sobre ella. Lo peor sería que, en su fuero interno, los ciudadanos de este mundo siguieran creyendo que el trabajo ennoblece y dignifica, cuando probablemente es lo contrario.

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