La burbuja del mundo runner no tiene mucha ciencia. Es simple, es la ley de la oferta y la demanda. A mucha gente, de repente, le ha dado por correr y alrededor de esa especie de sacramento de reafirmación individual, que según cuentan los más devotos dispara la segregación de endorfinas y vuelve el mundo de color rosa, se ha generado un negocio mayúsculo.

El mundo, ahora, se divide entre la gente con pisada de pronador o de supinador, la que calza una u otra playera, la que consume este o aquel tipo de gel revitalizante. Al calor de actividad tan lucrativa se ha multiplicado la aparición, como los champiñones que brotan en el bosque tras las primeras lluvias, de carreras multitudinarias por las calles de las grandes ciudades.

Los maratones, medios maratones y cuarto mitad son el maná para tanto yonqui del asunto runner. Las inscripciones se pagan de manera generosa y las administraciones públicas, con tal de salir en una foto de un evento multitudinario, ponen a disposición del organizador las calles, los servicios públicos y las llaves de la ciudad.

La idea es fantástica. Pero ya toca hacer un control. Lo que ocurrió el sábado, con la LPA Night Run, no es justo para los runners. No se puede competir a oscuras por algunos tramos. No es de recibo esperar 90 minutos para recoger las bolsas en el guardarropa o no encontrar comida en la meta. Y es de traca que aún no haya tiempos oficiales. A este paso, la burbuja explota.