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Papel vegetal

Aumenta la explotación laboral

La globalización, eso que los ideólogos del neoliberalismo nos venden como la receta que permitirá el crecimiento económico y la llegada de la prosperidad a los últimos rincones del planeta, es también una de las causas del escandaloso aumento de la explotación laboral en el cada vez más desigual mundo rico. La tóxica combinación de competencia, codicia y total falta de escrúpulos está propiciando el fenómeno de los llamados "trabajadores pobres", es decir de aquellos que, aun matándose a trabajar, no son capaces de alimentar a una familia y a veces ni siquiera de mantenerse a sí mismos. Como decía un empresario de la Europa del Norte, refiriéndose a la competencia salarial a la baja y en cierto modo justificándose, "en las circunstancias actuales, los difícil es tratar decentemente a los trabajadores".

El otro día escuchábamos por radio cómo a una camarera de piso la obligaban a trabajar a destajo y le pagaban apenas dos euros y medio por habitación en el establecimiento de una cadena hotelera. Hay trabajadores que llevan meses sin cobrar sin que sus protestas en forma de manifestaciones callejeras den resultado algunos mientras otros sufren su situación en silencio, no se atreven a denunciar al empresario por temor a ser inmediatamente despedidos. Un amigo me habla de una gran cadena de tiendas de ropa, de esas que fabrican sus prendas en algún país asiático, aprovechando una mano de obra casi esclava, que paga un sueldo bruto de en torno a los 600 euros a las mujeres que trabajan en su filial madrileña como reponedoras, con un horario que comienza a las once de la noche y puede llegar a las ocho de la mañana.

Esas mujeres libran un día a la semana y un sábado cada quince días, y deben considerarse satisfechas porque, como dice nuestro Gobierno cuando habla de sus éxitos macroeconómicos, lo peor es no tener trabajo. A muchos profesores interinos de institutos y otras escuelas oficiales, me cuenta un docente, se les hacen contratos de medio horario e incluso de un tercio de horario, contratos que luego se cancelan el 30 de junio para no pagarles vacaciones, dejando vendidos muchas veces a los departamentos de cara a las pruebas de septiembre. En fecha reciente, la Agencia Europea de Derechos Fundamentales señalaba a España entre los países del viejo continente donde se dan más casos de explotación laboral, sobre todo en sectores como el agrícola, la construcción, el hotelero o los servicios de catering, en los que los trabajadores son especialmente vulnerables. Sin embargo, nuestro país no está solo, sino acompañado por otros como Francia, Italia, Portugal, Polonia, pero también Alemania, el país de los minijobs, que se nos presenta tantas veces como modelo.

La forma más extendida de explotación laboral es la que afecta a los inmigrantes, que muchas veces se ven obligados a trabajar sin recibir el sueldo que les corresponde, a quienes se paga por debajo del salario mínimo y que hacen jornadas laborales muy superiores a lo legalmente establecido sin que en muchos casos puedan siquiera librar un día a la semana. Y no hablemos ya de las condiciones extremas de los trabajadores extranjeros en países como el riquísimo Qatar, que ha contratado a cerca de dos millones, en su mayoría procedentes del subcontinente indio, para que trabajen en las infraestructuras del Mundial de fútbol de 2022, ese mundial conseguido supuestamente gracias a la corrupción en el seno de la multimillonaria FIFA. La explotación y precariedad laboral, que ha aumentado exponencialmente con la externalización de muchas actividades, afecta también en nuestro país a profesiones como la de los propios periodistas, como ha denunciado reiteradamente la Federación de Asociaciones de la Prensa de España (FAPE).

Según ésta, las condiciones de precariedad e inseguridad en que trabajan muchos profesionales -eso que algunos llaman eufemísticamente freelances- "empobrecen el periodismo y a la propia sociedad porque sin (buen) periodismo, no hay democracia".

Por lo que parece, estamos poco a poco volviendo a los tiempos de Karl Marx y Charles Dickens.

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