La Provincia - Diario de Las Palmas

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Cartas a Gregorio

Manuel Ojeda

Para caerse de culo

Querido amigo, no sabes la risa que me entró el otra día cuando vi que un pobre señor trompicaba al intentar saltar un charco. El pobre hombre estuvo a punto de agarrarse a una señora pero, después de dar tres resbalones seguidos, cayó de culo justo en medio del charco. Ya sé que de estas cosas no hay que reírse, pero no lo pude evitar y, después, fui corriendo a ayudarle.

El hombre se quedó totalmente desorientado y no acertaba a apoyar las manos para volver a levantarse y, aunque el agua parece que le había amortiguado un poco el golpe, no conseguía recuperarse de ver cómo se habían quedado sus pantalones de tergal y la chaqueta a cuadros que llevaba, hechas totalmente un pringue de agua y barro. A punto estuve yo también de acabar de culo en el charco de la flojera que me entró de risa.

Lo primero que "el patinador" preguntó al levantarse fue que dónde estaban las gafas y, aunque milagrosamente habían salido ilesas, no así el cartuchito de croissants que llevaba en la mano que se quedaron hechos una sopa boba chorreando agua y que, inexplicablemente, no se decidía a soltar...

A mi hermano Claudio, que anda un tanto sobrado de peso, le pasó tres cuartos de lo mismo cuando entraba con su mujer a un restaurante y se encontró con una bajada de dos escalones y medio... El hombre no calculó bien el medio escalón y fue dando tumbos agarrándose a mesas, sillas y todo lo que encontraba, hasta que acabó llevándose consigo a una camarera con bandeja incluida.

En pocos segundos parecía que había entrado un ciclón al restaurante arrastrando manteles, servilletas, cubiertos, mesas, sillas y todo lo que cogió por delante.

Afortunadamente para él, no le pasó nada físicamente, salvo el botón de la chaqueta que, como le iba un tanto ajustada, salió disparado hasta el otro extremo del restaurante. De todas formas, se cogió un tremendo cabreo preguntándose que a quién se le había ocurrido poner una trampa de medio escalón a la entrada del restaurante.

Después de que recogieran todo aquel desastre y ya sentados a la mesa, de repente les entró la risa, esa risa floja que durante el incidente también se había aguantado Pino, su mujer, que tampoco se reprime a la hora de tomarse estas cosas a cachondeo.

Finalmente, parece que la improvisada carrera de obstáculos les abrió el apetito y, como de costumbre, después de disfrutar de viandas y chupitos, salieron del restaurante bien servidos, y el buen vino puso el resto para ayudarles a sortear con éxito los susodichos escalones a la salida.

Aunque parezca cruel, Gregorio, no hay nada tan cómico como una caída, y en eso de reírnos de lo ridículo somos especialistas la gente de Telde, que nos cuesta mantenernos serios hasta en los entierros.

Pero de eso, de las pompas fúnebres, podría contarte historias como para caerse de culo, pero voy a dejarlo para otra ocasión.

Cuídate de los charcos, amigo, y hasta el martes que viene.

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