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Teatro 'Un hombre feliz'

Felicidad en la ignorancia

Giacomo Leopardi, polígrafo y erudito italiano del romanticismo, escribió durante quince años la inclasificable obra Zibaldone de pensamientos. En ella compara el estado inocente y feliz inherente a la naturaleza, con la condición del hombre moderno, corrompido por un excesivo racionalismo. Según Leopardi, el hombre racionalista rechaza las esperanzas de la religión en favor de una realidad desoladora que sólo genera infelicidad. Esta afirmación la resumió en una cita que, a pesar de no hacer justicia a su pensamiento, ha logrado una celebridad sorprendente: "la felicidad está en la ignorancia de la verdad".

La cita podría resumir el argumento del drama Un hombre feliz, escrita y dirigida por Román Rodríguez, en la que de los tres personajes que articulan la obra, sólo uno de ellos, el que yace en la más absoluta ignorancia, es feliz. La representación teatral alberga en su interior otras dos, la que un actor interpreta repasando el texto de Ricardo III de Shakespeare, y la que los otros dos representan para hacerle creer que todo es como él cree. De esa forma, la obra va más allá de la ficción teatral para entrar en el campo del metateatro, el teatro dentro del teatro.

El espectador sabe que lo que contempla es fingido, pero dentro de la obra aparece otra representación que asimila sus elementos ficticios, liberándola de su carácter ilusorio y aportándole un toque de verosimilitud que logra que el espectador sienta la acción teatral más cercana, al creer que es la obra dentro de la obra la que sostiene toda la carga ficticia que se está representando.

Los tres actores realizan una interpretación impecable, sobresaliendo entre este triunvirato Vicente Ayala, pero sin embargo en cuanto a los tres actos, ninguno destaca entre los demás, hasta el punto de que en el último esperamos que ocurra algo que no termina de suceder, porque todo se repite más o menos como en los anteriores. Un giro argumental sorprendente, como por ejemplo la revelación de que la amnesia era una farsa, hubiera concluido más contundentemente esta obra, ya de por sí convincente.

Por el contrario la idea de que los cuatro movimientos del Quinteto para cuerdas K 516 de Mozart marquen las diferentes etapas del drama enriquece la representación.

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