La Provincia - Diario de Las Palmas

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Tropezones

La nacionalidad importa

Estoy cayendo en la cuenta de que mis últimas colaboraciones se vienen convirtiendo (aproximadamente) en unas memorias por entregas. Por esa razón me voy a permitir seguir con la misma tónica y prescindir del pudor que debie-ra regir este "tropezón", reseñando lo que vino a constituir mi primer gran desengaño de adolescencia.

Acababa de terminar mis estudios de bachillerato en el Liceo Francés de Barcelona y era el día de la solemne ceremonia de clausura del año y la correspondiente entrega de premios, con masiva asistencia de padres, alumnos y profesores en el mismísimo Palau de la Música. Tras los discursos de rigor a cargo de autoridades y profesorado, aderezados con representaciones musicales de los alumnos en el escenario, llegó el momento de la entrega de premios, entre proclamas y fanfarrias.

Como colofón y punto álgido de la efeméride, se hizo público el más alto galardón concedido ese año, el premio de excelencia del Liceo Francés, del que resultó ser merecedor el que suscribe. Tras subir al estrado y recibir entre aplausos la distinción, y el correspondiente premio, que en este momento no recuerdo, pero me huelo que sería algo por el estilo de las obras completas de Molière, o algún tocho parecido, se anunció, entre la sorpresa y la expectación general, la entrega de dos premios extraordinarios.

El primero, otorgado por el Ministerio de Cultura de Fran-cia al alumno de dicha nacionalidad con los mejores resulta- dos del año lectivo, consistía nada menos que en una beca de un año con todos los gastos pagos en una de las universidades de campanillas de los Estados Unidos.

El segundo, concedido por el Ministerio de Educación del Estado español, al alumno español más aventajado del curso, he olvidado de qué iba dotado, pero sí que era por lo menos del mismo calibre que el anterior, no fuera a ir a la zaga de la generosidad de los franceses.

Yo nunca me he avergonzado de haber nacido cerca de Estocolmo, y de disfrutar a mucha honra de mi nacionalidad sueca, pero lo cierto es que en esta situación me sentí bastante desamparado, y tuve que afrontar, supongo que como prueba de la madurez alcanzada en mis estudios en el Lycée Français de Barcelone, la primera gran decepción de mi vida.

No teman, lo acontecido no llegó a causarme ningún trauma permanente, ni secuelas aparentes. Pero sí quisiera manifestar aquí, alto y claro: "¡Ministerio de Educación y Ciencia del Estado sueco, me debes una!"

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