Puede que a estas alturas, Artur Mas ya sea de nuevo presidente de la Generalitat de Cataluña, con el apoyo de los suyos -un cóctel ectoplasmático de derechistas, salvapatrias, redentores de sí mismos y calvos- y de una pandilla de gente con poco dinero para ropa, los de la CUP. Se acusa a estos últimos de antisistema, incluso de anarquistas: se han escrito muchas tonterías sobre todo el acontecer catalán, pero la de considerar a unos señores y unas señoras como anarquistas cuando a lo único que aspiran es a montar otro Estado separándose del que pertenecen, no es ridículo, es patético. Puede, escribo, que Mas ya sea de nuevo presidente, o que no, ¿importa algo? En cualquier caso, ninguna de las dos circunstancias arregla nada. Hay casi dos millones de personas que han votado por la independencia de Cataluña, no se sabe muy bien si por convicción, por hartazgo o por mezcla de sentimientos, a las que lo único que se les ofrece desde el gobierno de España es desprecio en forma de aplicación del código vigente. A las otras, casi otros dos millones, se las pretende meter en la misma coctelera y agitarlas hasta el mareo, agitación que durará por lo menos hasta el día de las elecciones generales. Es una descripción reduccionista de las cosas pero no tanto como el silencio informativo, catalán y español, sobre las listas de espera, los índices de pobreza, la discriminación de parados, jubilados y dependientes, la falta de esperanza para tantos y tantos jóvenes que se han dejado la piel estudiando... La enumeración de problemas es tediosa pero más real que los agravios de los catalanes y hacia los catalanes, porque, entre otras cosas, hablamos de un colectivo que tiene una gran contradicción ontológica: está multirrepresentado a pesar de su propia inexistencia. Hay personas que se sienten catalanas, lo mismo que hay otras españolas, y ambas cosas a la vez, pero su sentimiento no debería implicar nada más que eso, emociones; sin embargo, repercute en banderas, fronteras y soberanías. A veces pienso que la contumacia en el dontancredismo de Rajoy y la deriva loquinaria de Mas, nos pueden hacer un favor a todos. Igual consiguen cargarse a este país, al otro, al Estado que existe y al que está por nacer, porque ninguno de ellos nos merece, las personas son buenas, y se monta algo distinto, no sé qué, pero sin caspa ni barretinas, y, por supuesto, sin banderas.