Hay conflictos políticos construidos para no resolverse. Y no solo porque en gran medida nunca se darán las condiciones para inclinar la balanza de forma expresa y amplia hacia ninguna solución barajada, no sólo porque una sociedad se divida en dos mitades invariables al respecto. Sino también -y esto quizás no sea para nada segundario- precisamente porque es en ese no resolverse en lo que esos conflictos salen rentables. Son engranajes que se dan, y aunque no fuera el propósito, acaban funcionando -y bien- para todos. Esta tensión irreductible entre Cataluña y España funciona. Moviliza y entona a los partidos de todo signo y enciende a la sociedad española y catalana? ni que decir tiene ya con el ruido mediático en la era digital (hasta el hartazgo). Es una fábrica de votos -fuera y dentro de Cataluña- porque la sociedad catalana juega todo el tiempo a esta ambigüedad respecto de lo español desde su rol identitario y maneja el ser catalán de forma clara y natural pero muy dispar respecto de ese otro (España) al que ignoran y al propio tiempo se dirijen. Alguien dijo una vez, muy psicoanalíticamente, que lo vasco era nostalgia de lo español, no en vano su origen carlista, perder en pleno periodo contemporáneo la batalla por el control de España. Ya lo saben, el despecho? el reverso del amor.

Sea como fuere, el hecho es que la vieja tensión Cataluña-España hace su recorrido, con sus picos y bajadas. Siempre. Ahora estamos en un pico. Desde luego un pico bien alto de la montaña rusa, el más alto desde la Transición: la declaración unilateral de, vamos a decir, un plan para la independencia, porque declaración de independencia en sí misma no es. Y es un pico de tensión, al propio tiempo, muy extraño por el modo cómo se ha ido configurando y cómo ha dado lugar al bloque independentista más dispar, impensable y contradictorio que pueda haber.

Por lo pronto, sin embargo, lo de ahora no es nada comparado con otras intentonas de este tipo durante la II República: Macià y Companys. Entonces el asunto para empezar era enconadamente sólo entre España y Cataluña. Por el contrario, hoy en día ambas se hallan bastante disueltas dentro de la Unión Europea -que marca las pautas de lo determinante en el orden económico y más- y que es un escenario del que nadie abjura: al revés Cataluña siempre se ha preciado de ser lo más europeo de España. Y ahí esta la tuerca : lo qué pasaría ahora si se sale de España para su condición -la de Cataluña- de territorio políticamente europeo desde 1986. Y algo está claro: Europa no va a permitir que la pongan en ese dilema. De algún modo lo decía en su defensa de la declaración institucional del lunes uno de los portavoces : será hoy o mañana, pero será. Es decir, ahora, nunca y siempre a la vez, porque de eso se trata, de tensar una cuerda que es como un junco, no se rompe. Los perjuicios comerciales y económicos de una ruptura están más que estudiados : ninguna de las partes los quiere, sería un error fatal conjunto.

En segundo término, la batalla en curso está encauzada en el enclave legal, casi diría que administrativo. Ambas partes se han apresurado a dejarlo claro: esto va de papeleo. No va a haber -salvo algún caso aislado de grupos radicales- nada a dirimir en las calles, todo lo será en despachos, sedes parlamentarias y judiciales. Es como una cosa de salón. Un salón lleno de políticos alternativos también, lo que le da su color y expresa muy bien, además, la escena real. Por lo demás, cada paso que se dé se alargará hasta lo inimaginable en un circuito procesal neurótico: hasta qué punto un gobierno catalán nuevo -para cuya composición no hay acuerdo? y lo mismo deberá haber nuevas elecciones en 2016- puede llevar a debate no sé qué leyes claves de emancipación nacional (Hacienda, etcétera) y aplicarlas cuando serán recurridas de inmediato por el Estado. Y qué sucede por el camino, es decir, si Madrid, cuando toque, suspende las transferencias para pago a servicios básicos y personal en Cataluña, si lo puede hacer, y si -pudiendo- lo hará. La bola puede ser infinita. Una infinitud que, por lo demás, va a ir horadando la paciencia de la UE y de los mercados, que finalmente impondrán un acuerdo : Más para Cataluña, pero sin independencias hoy día no contemplables en el seno de una Europa que se une. Y más para Cataluña es que ésta aporte menos dinero a España o bien reciba más, aparte de alguna guinda lingüística que adobe lo identitario. Y quizás una reforma constitucional donde se diga que Cataluña tiene, además de nombre, dos apellidos: vivimos insertos en el campo del lenguaje desde que nacemos, somos las palabras.

No hay que ir de listo para advertir que esto es lo que va a pasar, salvo poco probables -remotísimos- terremotos. Son sin duda las predicciones no confesadas de todos, o de casi todos, aunque ciertamente esta vez la escenificación, siéndolo de un amago de ruptura total, impacte, sea aparatosa. Pero en tanto que será eso lo que suceda -un nuevo pacto Cataluña/España- lo que ahora está en juego son las condiciones del acuerdo. Y ahí está todo por hacer, es lo que se esconde detrás de los pasos dados y por dar. Es, pues, un momento de redefinición de la posición de Cataluña en España, del papel del catalanismo en Cataluña y en la política española y de la correlación ideológica dentro de las filas del propio catalanismo. Todo esto, además, tiene lugar en un momento inédito que deja todo en el aire (lo contrario de la época segura del pujolismo, hoy éticamente destruída): Se trata del auge de un fenómeno como el de Ciudadanos (Cs), partido español de origen catalán y su líder, Albert Rivera, al que se augura mucho. Y de la obscena exposición pública de la corrupción del catalanismo en el poder, que avergüenza a muchos de sus fieles y puede hacer que episódicamente decican darles castigo. El posible acceso al poder en España de Rivera es una seria amenaza no tanto a las entrañas del catalanismo, que tendrá a la mitad de la sociedad catalana más o menos siempre, sino a su poder. Y ya se sabe, en la política, como en el fútbol, se gana o se pierde. Y si se pierde, malo : toca la travesía del desierto. No, esta escandalera independentista tiene un objetivo estratégico distinto : sobrevivir ahora, mantener las riendas en medio del peor naufragio moral y político del catalanismo de centro-derecha.

Artur Mas sustituyó a Pujol siendo un político de perfil bajo, lo que en su día lo obligó a forzar el timbre del catalanismo para afianzarse. En 2010, con su acceso a la jefatura del Gobierno catalán hizo dos cosas : en plena crisis económica aplicó los ajustes más duros y, en paralelo, dio otra vuelta de tuerca nacionalista con su reclamación del derecho a decidir. La crisis catatapultó a las nuevas formaciones políticas que ahora pugnan con las clásicas y lo paradójico es que en la alianza de Mas se hallan lo que al propio tiempo eran para él el agua y el aceite: una izquierda alternativa y radicalmente independentista que si bien lo denosta por la gestión conservadora de la crisis, y lo rechaza como jefe del Gobierno, al mismo tiempo lo ve imprescindible -o más bien a su partido- para la secesión. Mimbres de difícil manejo. Pero en tanto organizan una mayoria secesionista, es lo que necesita el nacionalismo de centro-derecha para seguir a flote. La gestión del galimatías va a ser enrrevesado, pero la primera fecha es las Elecciones Generales de diciembre. Hasta entonces vamos a asistir a un psico-drama completo. Pero en ese momento y, según lo que salga para gobernar en España, las cosas podrían ir aclarándose. Y si no, Cataluña continuaría organizando la agenda hasta lograr el nuevo encaje.