En la década de 1970, la distinción entre lo que se entendía por "izquierda-derecha" resultaba útil. Hoy, la nueva generación de españoles tiene una honda preocupación por el mundo que va a heredar. Haríamos bien en pensar qué tipo de nación queremos. Con las pretensiones de rebeldía de algunas CC.AA., solo nos queda tiempo para el realismo político. Quienes gobernaron no hace mucho en nombre de la socialdemocracia en España no solo olvidaron cómo defenderla sino que con el señor Rodríguez al frente, sin duda el peor presidente de Gobierno de la democracia española, se empezó a desmantelar lo mejor de nuestra legislación y política social impulsado por los peones de un partido que sigue sin tener una pauta ideológica común. La defensa de la injusta ley electoral en algunas CC.AA. y la irresponsable lavada de manos del partido socialista (culpando siempre al "otro", sin ver la viga en sus propios ojos), es solo una parte de lo mucho sobre lo que hay que indignarse por el daño que han hecho a España entre 2004 y 2011. Por su culpa entramos en una era de inseguridad económica, social y política. En cinco semanas nos corresponde volver a elegir el Gobierno. Por el momento, la izquierda no está preparada para hacerlo: han perdido la visión estratégica de planificar a largo plazo, se han embarcado en aventuras basadas en metas imposibles, han decidido abolir casi todas las leyes aprobadas en los últimos cuatro años y cuestionan la autoridad de la Unión Europea. Tras la vergüenza de Navarra y los pactos postelectorales de las pasadas elecciones municipales y autonómicas, yo no votaría al señor Sánchez ni aunque se presentara solo a las urnas. La clase media está desapareciendo; el mismo señor Sánchez ha bautizado al engendro de fusión entre clase baja y media con el palabro de "clase media trabajadora" que nada bueno augura.

El señor Rodríguez y sus gobiernos socialistas impulsaron el desmantelamiento de la unidad de España y del Estado de Bienestar dejándonos atrapados en una sociedad de perspectivas y prosperidad ilusorias, la misma que ahora prometen sus herederos y clones políticos. Para salir de la ruina en que nos dejaron, tuvimos que ser intervenidos por la Unión Europea, sin cuya ayuda estaríamos de forma perpetua en 2009, como el protagonista de "El día de la marmota", pero en condiciones indeseables. Encerrados en un alegato torpe orientado hacia una innecesaria reforma federal y una talibana y superada laicidad de las escuelas, los nuevos socialistas han excluido de su discurso que es una máxima de las democracias europeas, sean de derechas o de izquierdas, que todos sus ciudadanos tengan asegurado los servicios que necesitan y cuyos costes debemos compartir de forma solidaria entre todas las CC.AA. Tiene bemoles que estas consideraciones se las hayan recordado el señor Rajoy y el señor Rivera por separado al señor Sánchez, la supuesta y fallida esperanza blanca de la socialdemocracia española, como atestigua el supuesto trasvase de votos hacia el partido Ciudadanos.

El pasado es otro país: no podemos volver a él. Sin embargo, hay algo peor que idealizar el pasado: olvidarlo. Es el extraño y recurrente caso de la nostalgia que sienten muchos desmemoriados por el corto y penoso periodo de la segunda República Española (1931-1936) y que abonó el campo para la Guerra Civil. Esos mendrugos nostálgicos jamás vivieron en esa época, sufren de una alucinación pastoril (la misma que sufren los actuales catalanes independentistas atrapados en el siglo XII medieval o en el siglo XVIII) sobre un periodo de nuestra historia en el que el país estaba desgobernado por políticos que no eran capaces de ponerse de acuerdo en nada, se sucedían gobiernos provisionales y cambiaron la bandera de la nación por otra que radicales de izquierda y antisistema de hoy siguen utilizando en mítines como si fueran mercenarios de un país imaginario. La sociedad española está dividida por un discurso cada vez más rencoroso. Desde 2012 asistimos atónitos a un propósito de actuar al margen del Estado y de la Constitución que va desde el denominado movimiento 15-M, la rebelión del gobierno de la Generalidad catalana y las declaraciones de los partidos comunistas (Izquierda Unidad, Podemos), cuyo denominador común es el deseo de sometimiento totalitario de la mayoría pasiva de los españoles. El comunista señor Iglesias, en su intento de atraer votos como sea, busca la cuadratura del círculo (en palabras de Antonio Elorza) recuperando el discurso del odio inherente a su personalidad en su teatral despedida como eurodiputado. No fue capaz de formular críticas sino acusaciones y descalificaciones propias de un fiscal de la Revolución Francesa con la guillotina imaginaria alzada frente a quien preside la Unión Europea y a todos los miembros de la "maldita coalición" de populares y socialistas. Solo falta que los españoles nos convirtamos en soviéticos, le pongamos la alfombra roja y cantemos la Internacional. Ojo, porque para que eso suceda solo hace falta que los demócratas fracasen el 20 de diciembre. Si eso ocurriera, el único titular posible en la prensa nacional e internacional sería "Una nación milenaria humillada". Buen día y hasta luego.