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El análisis

¿Ilusión o engaño?

La reciente oleada de atentados en Francia ha vuelto a poner a la palestra la obra del profesor norteamericano de Ciencia Política Samuel Huntington, El choque de civilizaciones (1996), que tanto debate provocó en la primera década de esta nueva era del hombre. Muchas voces, tanto en aquellos momentos como ahora, pero menos, se afanaron por desmentir las afirmaciones del sabio estadounidense, por echar por tierra sus elaborados argumentos, quizás movidas por un optimista deseo de que lo pronunciado en el libro no llegase realmente a certificarse. Sin embargo, la realidad es tozuda, aunque no ajena al sentido común, que es el que impregna la investigación del académico. En verdad, pocos fijan sus ojos en las conclusiones finales del acreditado investigador, si bien la mayoría se queda en la superficie de sus planteamientos y en los apretados resúmenes que ofrecen los artículos periodísticos. Huntington avisa que, en el nuevo orden mundial de civilizaciones, el multiculturalismo será una constante, como lo es ya su derivada, el relativismo, perceptible por doquier, pero advierte que ello no entraña la pérdida del sentido maximalista de la moral, que, en cualquier caso, el valor de lo ético no debe mudar. En una palabra, lo bueno y lo malo son absolutos, o deberían serlo, so pena de caer en el abismo.

Los discursos de los dirigentes políticos, casi al unísono, han reflejado las peores premoniciones de Huntington. Expresiones como "la defensa de nuestra civilización" o de "nuestra forma de vida" han sido repetidas a ambos lados del Océano Atlántico y, en el interior del Viejo Continente, han perfilado las intervenciones de los presidentes de la República francesa y del Reino de España. Pero, además, el tono beligerante hacia el terrorismo yihadista ya no se disimula en absoluto, toda vez que, al menos Hollande, en su atribulado parlamento ante la nación gala, declara abiertamente que "Francia está en guerra". Fuera del contexto político, donde la opinión parece tender a la unidad de criterio y acción, hay otros ámbitos, realidades diversas que, en su conjunto, ponen en jaque el pensamiento del sabio de Harvard.

La defensa de Huntington de una reconfiguración mundial sobre la base del multiculturalismo ha claudicado sin esperanza. La Europa centenaria, la de los valores supremos del hombre, la de la integración social y la de la diversidad al amparo de los ideales de la Ilustración está siendo el duro campo de pruebas de las tesis de El choque de civilizaciones. Ayer en Dinamarca, donde un joven nacido y aparentemente integrado en la sociedad escandinava, que había cuidado de su formación a través de los derechos sociales que le asistían como europeo, desde la infancia hasta la edad adulta, ofreciéndole multitud de oportunidades, tirotea sin compasión a sus compatriotas; hoy, un parisino, igualmente tratado según los protocolos de civilización de la sociedad de derechos de la que nos hemos dotados los hijos de esta vetusta Europa, se encuentra entre la cruel gavilla de criminales que dan muerte a los viandantes de la populosa Ciudad de la Luz, tristemente a oscuras en estos momentos. Se pretendía que el relativismo cultural no traspasara la delgada línea del sentido moral, que únicamente albergara el modelo de integración que, como sociedad de futuro, entreveíamos. Pero, sólo ha sido un engaño.

Huntington no supo razonar el poderoso influjo de lo multicultural sobre el sentido ético de lo humano y la convivencia. En la Política de Aristóteles está bien expuesto que los hombres somos seres cívicos, pero se añade que los que no aceptan las normas, los excluidos de la moral, son los que tienden a la guerra, e incluso la buscan sin escrúpulo alguno. Los que se marginan por motivos religiosos o culturales, los que anteponen la fe o el rito a la razón común terminan por herir de muerte a la civilización. Al contrario de lo que argumenta el norteamericano, han de identificarse una serie valores universales que sirvan de nudo transversal para que la humanidad no se encamine, precisamente, a lo que intenta evitar el estadounidense. En ese intento, la esperanza se alía con la ilusión, porque no hay engaño en tal pretensión. El fundamento de una moral de los derechos y las obligaciones resplandece en su interior, y no el miedo o el resentimiento, como advirtiera el pensador búlgaro Tzvetan Todorov en El miedo a los bárbaros, de lectura obligada en estos días de oscuridad.

Justamente, unos días para reflexionar y poner las cosas en claro. Si la naturaleza del hombre es la inconsistencia, como diagnosticara Günther Anders, lo mejor sería suministrar los elementos básicos necesarios que afiancen un visión que elimine del horizonte la sensación de que sentirse libres sea lo mismo que sentirse extranjeros en nuestro propio mundo. Europa debe replantearse profundamente lo hecho hasta ahora en integración y en educación, y sin más dilaciones. Está en juego nuestro modelo de convivencia, por descontado, pero también algo mucho más importante, la ilusión de una civilización.

(*) Doctor en Historia y Profesor de Filosofía

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