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En voz alta

"Era emigrante y ustedes me acogieron"

Tres hechos mundiales de la más rabiosa actualidad. Primero. Desde hace unos años, pero mucho más en las últimas semanas, el mundo contempla con asombro el terrible y desesperado éxodo de cientos de miles de personas de Siria, Irak, Afganistán y otros países en situación de guerra, que huyen fuera de sus países y piden a gritos, con su presencia sufriente, asilo, refugio, pan, comida, casa. Vivir, en definitiva.

Segundo hecho. La sociedad civil de muchos países europeos, como Alemania, Austria, Grecia, Italia, está mostrando gestos admirables de solidaridad. La gente les acoge, les ayuda, les da comida, ropa, casa. En muchos casos, les consiguen asilo, les buscan un trabajo, les dan una vivienda. Estos gestos de solidaridad están surgiendo por todas partes y están sacudiendo la conciencia de muchas personas y gobiernos, que hasta ahora estaban indiferentes y pasivos ante el drama de los refugiados. Los gobiernos europeos están reaccionando, aunque lo están haciendo de manera torpe, lentísima y chapucera. Parece que no les quedará más remedio que comprometerse a acoger a esas familias que huyen desesperadas del horror y la muerte. En el Estado español se espera acoger a unas 15.000 personas, de las cuales unas 600 pueden venir a Canarias en los próximos meses.

Tercer hecho. El papa Francisco ha dicho claramente que las comunidades cristianas no podemos permanecer al margen de esto que está sucediendo. Y ha pasado a la acción. Ha dicho: en las dos parroquias del Vaticano vamos a acoger a dos familias de refugiados sirios, iraquíes o afganos. Y ha añadido: invito a todas las parroquias de Europa a hacer lo mismo. Que cada parroquia acoja al menos a una familia de estas que están en apuros. Sus palabras son tajantes y decididas: "Ante la proximidad del Jubileo de la Misericordia, pido a las parroquias, a las comunidades religiosas, a los monasterios y a los santuarios de toda Europa que acojan a una familia de refugiados. Un gesto concreto en preparación al Año Santo de la Misericordia".

Recuerda el Papa que en Europa hay 50.000 parroquias. Si cada una acoge a una familia, son 50.000 familias las que pueden ser acogidas. Aunque la verdadera solución del problema es atajar las causas de la guerra de Siria y de los otros conflictos que están generando esos desplazamientos injustos y angustiosos, lo cual está en manos de las naciones poderosas. Según la ONU, la población desplazada en el mundo a causa de los conflictos alcanza ya los 60 millones. Así que, mientras dure esa situación de emergencia, se han de poner en juego todos los resortes de la solidaridad y de la compasión.

Francisco nos invita a celebrar el 50 aniversario del Concilio Vaticano II con entrañas de mi-sericordia. En su sentido etimo-lógico, un corazón misericordioso es un corazón compasivo, capaz de "padecer-con" la otra persona que lo pasa mal. Como Jesús, que sentía compasión de la muchedumbre que le seguía, "porque eran como ovejas sin pastor y se puso a enseñarles largamente" (Mc. 6, 34). Se trata de una compasión activa, que no se limita a decir "pobrecito, me da pena", sino que enseguida pasa a la acción. Así lo hizo ver en la parábola del samaritano, que al ver a aquel desconocido malherido, desangrándose en la cuneta del camino, sintió compasión y se implicó en su problema: "Lo vio y se compadeció; le echó aceite y vino en las heridas y se las vendó; después, montándolo en su cabalgadura, lo condujo a una posada y lo cuidó" (Lc. 10, 33-34).

Francisco nos está empujando hacia una Iglesia "en salida", una Iglesia samaritana. Una comunidad de seguidores de Jesús que "tome la iniciativa, que se involucre, que acompañe los procesos de la humanidad, por muy duros y largos que sean, que fructifique y que celebre", como nos ha dicho en su preciosa carta La Alegría del Evangelio (nº 24).

Como canarios, hemos de pensar que muchos de nuestros antepasados fueron acogidos, a lo largo de varios siglos, por los pueblos hermanos latinoamericanos, cuando la penuria y la hambruna de las Islas les obligó a emigrar en busca de pan y de trabajo. Como creyentes, tenemos que recordar las palabras del Nazareno: "Tuve hambre y ustedes me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, estuve desnudo y ustedes me vistieron, estuve enfermo y en la cárcel y vinieron a verme, era emigrante y ustedes me acogieron" (Mt. 25, 35-36).

En la Iglesia católica de Fuer-teventura hemos sentido esta llamada de Jesús de Nazaret, a través de esta realidad sangrante de tantos seres humanos y a través de Francisco. Y nos preguntamos qué podemos hacer nosotros. Por eso nos reunimos para pensarlo y para hacer algo. No podemos quedar indiferentes ante esta dramática marcha de tantos cientos de miles de personas, hermanas nuestras, por esos tortuosos caminos y por esos traicioneros mares que les puedan conducir al sueño de una vida digna.

(*) Doctor en Teología

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