Fatoumata Soumah se convirtió en una certeza, toda vez que era la única mujer integrante de la patera que naufragó cuando se dirigía a Canarias y no se encuentra entre los supervivientes, que solo son varones. Poco más se sabe con respecto a la identidad de los desaparecidos, ni siquiera con precisión la cifra. Hemos llegado a un punto en el que no sabemos ni cuántas personas mueren en nuestras costas, si son dos, cinco o 20. La vida o muerte se dirime en operaciones en alta mar y en el caso de la patera que nos atañe, a oscuras, casi a las nueve de la noche.

Centrándonos en las certezas, hay protocolos que son inhumanos o creados por gente con déficit de empatía. Cuando los supervivientes arriban a tierra, bajan destrozados del barco de Salvamento Marítimo. Con una manta a cuestas entran en el hospitalito de Cruz Roja y allí cuentan que están destrozados, que han sobrevivido a un naufragio; lloran, toman té y lamentan la pérdida de hermanos y amigos; de padres. Y cuando salen de allí, de forma muy amable, hay varios furgones policiales para que, sin que tengan contacto con nadie más, monten en ellos y sean trasladados a la comisaría de la Policía Nacional más cercana. La Guardia Civil mira atenta, porque aunque el hecho sucede en su demarcación, no pueden más que mirar -con recelo, según consta-. A partir de ese momento podrán estar entre 48 y 72 horas en el calabozo, tras ser interrogados sobre lo ocurrido. Y lo ocurrido no es un naufragio, lo ocurrido en el idioma que se habla donde están en ese momento es que hay un patrón que debe pertenecer a una mafia y al que es necesario identificar para el bien de la humanidad. Sobre el padre, el hermano, la mujer, los menores fallecidos apenas hay preguntas sobre quiénes eran o qué hacían allí. Sobre por qué hay tanto guineano y la relación que tiene esto con el ébola, ni se reflexiona. Sobre por qué tres hermanos de las islas Comores están viajando desde el Sahara Occidental a Canarias, se duda, pero se duda porque no saben ni dónde está Comores. En el protocolo de asistencia a un suceso con víctimas múltiples se contempla hasta una oficina de información para familiares afectados, que los hay y muchos. Aquí, parece que la oficina de información se acaba con un careo, sin psicólogos, sin trabajadores sociales, sin ningún báculo que pueda auxiliar a los supervivientes de una trágica experiencia, más que esos señores uniformados, con una porra a un costado, pistola al otro y que custodian la libertad, nada menos, de los ahora vivos otra vez.

Hay protocolos inhumanos. Y hay tratos denigrantes consentidos, que no son cuestionados.