En realidad no debería existir separación alguna entre la naturaleza que nos rodea y la naturaleza humana, porque esta es el resultado de aquella: todo está relacionado, todo es la misma cosa, como explica muy bien Paulo Coelho en El alquimista.

Sin embargo, este hecho se le olvida al Partido Popular cuando opta por el uso ilimitado de energías contaminantes, en vez de invertir en energías limpias e ilimitadas; o peor aún, como propone nuestro particular maquiavélico, cuando se defiende el fracking, una técnica que pone en grave peligro el equilibrio geológico de la corteza terrestre y que puede provocar catástrofes medioambientales irreparables. Los problemas ecológicos hay que enfocarlos con perspectiva global, como un todo. En 1992, de la Cumbre de Río de Janeiro surgió un principio sencillo pero útil para que podamos sobrevivir en un planeta explotado hasta el más allá de la rapiña: piensa globalmente, actúa localmente.

Así pues, se trata de comprender que la humanidad y la naturaleza conforman un entramado de relaciones unificadas donde resulta imprescindible establecer un diálogo permanente entre políticos y ciudadanos en una democracia participativa, no impuesta mediante leyes-mordaza.

El Partido Popular pretende seguir gobernando en una pseudodemocracia, cuya demoledora maquinaria legislativa persigue la intimidación de los ciudadanos para, así, socavar la educación en valores humanistas y laicos dando prioridad a la ideología de la Iglesia católica, y diezmando las libertades fundamentales por las que tanto hemos luchado los españoles, y aspirando a revalidar el statu quo previo a la proclamación de la Segunda República, como ha demostrado el Partido Popular durante estos cuatro años de gobierno de antiguo régimen en España.