Una tasa es el "tributo que se impone al disfrute de ciertos servicios o al ejercicio de ciertas actividades". Un impuesto -para que nos entendamos-, pero no por comprar un producto, ni por el ejercicio de una profesión, sino por hacer o usar algo. Y una de esas cosas que se hacen es el turismo. Por eso, tras las elecciones y al calor del aumento de turistas, plantean implantarla en Valencia y Baleares (donde se aplicó la ecotasa en 2002 y 2003). En Canarias, el Gobierno rechaza la propuesta de la oposición y sindicatos. Y en Cataluña se aplica desde 2012, y a pesar de ello es donde se extiende la turismofobia por el auge de pisos clandestinos y la saturación en espacios de mayor atracción turística.

Lo cierto es que el turismo produce, como cualquier otra actividad, efectos negativos porque usa y consume recursos de la población residente. Pero también tiene sus impactos positivos y no sólo por ser fuente de ingresos (y en algunos casos la principal, si no la única). Y eso que, en numerosos destinos, la mayor parte del gasto del viajero se queda en manos de los turoperadores y las grandes cadenas turísticas. Este fenómeno originado a mediados del siglo XX fue denominado "neocolonialismo del espacio" por investigadores como Mario Gaviria (España a go-go, Edic. Turner, 1974). Para contrarrestar esta pérdida de rentas hay dos opciones: incrementar el gasto en el destino o establecer un tributo al cliente, al viajero que con esta medida pasa a ser considerado como un usuario a penalizar y no potencial consumidor si encuentra algo que desee disfrutar.

Volviendo a la tasa al turista, hay que tener en cuenta que las empresas del sector aportan en Canarias y Baleares (y algún que otro destino) más de un tercio de su PIB, empleo y recaudación de impuestos: por proyectos, obras, licencia de apertura, seguros sociales, programas de prevención, impuesto de sociedades, impuesto sobre la renta, contribuciones sobre bienes inmuebles, el IVA/IGIC, etc. Además, en el caso de territorios insulares se soporta como se puede la mayor carestía de la vida.

A esta batería de tributos se plantea añadir la tasa turística para: infraestructuras, programas de empleo, iniciativas sociales, culturales, deportivas, recuperación del medio ambiente, etc. Incluso para promoción turística cuando ya el sector realiza un esfuerzo en este sentido

Entre otros argumentos para justificar la tasa se recuerda que el turismo ha sido apoyado con fondos públicos a través de subvenciones e, indirectamente, con la mejora de las infraestructuras territoriales. Una afirmación que se contradice con la historia de destinos de éxito como Maspalomas Costa Canaria que surgió gracias a la inversión privada, en este caso de la familia condal (carreteras, presas, red de abasto, estación eléctrica, saneamiento, establecimientos hoteleros, restaurantes, promoción, iglesias, zonas de ocio, parques temáticos, hasta un aeropuerto turístico?). La historia también recuerda que cuando se "hizo grande" la ciudad turística creció la administración y también apareció la corrupción y la especulación. Pero también llama la atención que la tasa sólo afecte al viajero. ¿Acaso no son beneficiarios de las mismas subvenciones? ¿Y no podría plantearse una tasa, por ejemplo, a los marinos que arriban al puerto, o a quienes llegan a las Islas y ocupan un puesto de trabajo que debería corresponder al residente?

Otra justificación para la tasa es la querencia del turismo por los lugares de mayor calidad ambiental o interés patrimonial. Fundamentalmente en las costas. Las mismas que eran espacios improductivos hace sólo 55 años. Aún así, es cierto que se debe apoyar la mejora y recuperación del medio. Pero para ello ya existen fórmulas aceptadas y que promueven una mayor sensibilidad y concienciación entre los turistas: la huella ecológica. O sea, que el turismo provoca gases de efecto invernadero en su viaje y estancia que compensa con acciones que contribuyan a frenar el cambio climático.

Se plantea también usar la tasa para el desarrollo social y laboral del destino. Pero, en Canarias, más del 34% de la población activa ya está directamente vinculada al turismo. Podrían argumentar que no son empleos de calidad y que la mayoría de los cargos intermedios y de dirección son foráneos, lo que obliga a revisar la oferta formativa que nuestras administraciones han financiado desde hace décadas. También habrá que analizar qué se ha hecho para cambiar a un modelo que pueda dar salida a más profesionales cualificados más allá del servicio alojativo o de restauración, con la mejora y diversificación de la oferta que rentabilice los millones de turistas de sol y playa, que ya manifiesta su debilidad frente a otros destinos donde los costes laborales son más bajos.

El destino turístico necesita del entorno. No hay éxito donde las condiciones de vida están degradadas. Por ello hay que buscar soluciones a los problemas sociales, ecológicos, de infraestructuras? En definitiva, pensar en el futuro y en las oportunidades que ofrece la actividad turística. Ése debería ser el debate antes de proponer una tasa. Se posterga el futuro por el ahora de unas prioridades que podrían no coincidir con las del sector turístico.