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A tiempo y a destiempo

Adviento: ¡queda decretada la esperanza!

Hubo un tiempo en el que el Año Litúrgico marcaba el ritmo de la vida del hombre. Las fiestas cristianas, enraizadas en otras fiestas preexistentes y cargadas de nuevos contenidos, iban escribiendo una partitura a la que todos los músicos tenían que someterse. Tocaran el instrumento que tocaran. Hoy todo es diferente. Poca gente sabrá que mañana comienza un nuevo año litúrgico, que mañana comienza el Adviento y, sin embargo, un grupo significativo de ciudadanos se reunirá para iniciar un nuevo calendario, un tiempo para leer la historia de todos los días desde la hermenéutica de Dios.

Malas horas para evadirnos de lo inmediato. De ese reloj que marca con adelantos o retrasos la violencia gratuita, injusta, absurda. En Siria, en París, en Ankara, en Irak, en Malí o en China, horarios diferentes, distinta repercusión mediática, pero la misma sinrazón y el mismo dolor. ¿Verdaderamente, empezará mañana algo nuevo? ¿No sería mejor, como en el chiste de Mafalda, que el mundo se parara y nos bajáramos todos?

Nostalgias aparte, hoy ha amanecido, como esperamos que amanezca mañana y lo que procede es vivir. ¿Verdaderamente esto no tiene salida? ¿Es la muerte la que lo invade todo? Impresiona escuchar y pararse ante los testimonios de muchos ciudadanos que golpeados muy de cerca por los kamikazes de la destrucción y del miedo en París, reaccionan apostando por dar la cara, por seguir con la normalidad, convencidos de que la razón siempre estará de su parte. Al final triunfará la democracia, repiten como un mantra, y continúan con la compra doméstica o la recogida del niño al final de clase en Saint-Denis o en cualquier otro barrio. Ingenuidad pura y dura, dirán muchos, ¿Pero, por qué no, determinación y fe en lo que creen hasta el punto de inmunizarles frente al pánico? Mantener la serenidad frente al desastre y actuar con eficiencia no es fácil, pero es la única salida para lograr no sólo resistir sino triunfar sobre el mal. "Cuando vean todos estos desastres, no pierdan la calma" dice el Evangelio, y muchos "justos" anónimos han preferido permanecer de pie antes que arrodillarse doblados por el terror. No, éste no es un ejercicio apto para pusilánimes y, por eso, ¡chapeau!

A esa capacidad la llaman resiliencia, esa "cólera blanca," de la que habla Ch. Peguy. La echamos de menos en los momentos adversos y resulta imprescindible no sólo para permanecer en pie sino también para superar la dificultad. El mejor regalo que le podemos hacer al enemigo que quiere inocularnos el miedo es vivir agazapados. Estas situaciones de dificultad tienen el raro poder de hacer emerger lo peor que hay en el hombre, pero también lo más grande y hermoso: el odio y la intolerancia hasta la muerte al que es diferente y la grandeza de esa carta del marido de una de las víctimas de Bataclan, convertida en información viral en las redes sociales. En ella, el autor, confiesa a los terroristas: "No os haré el regalo de odiaros. Si ese Dios por el que matáis nos ha hecho a su imagen, cada bala en el cuerpo de mi mujer habrá sido una herida en el corazón de Dios? Vosotros lo habéis buscado y sin embargo responder a vuestro odio con mi cólera sería ceder a la misma ignorancia que ha hecho de vosotros lo que sois."

Desarma y conmueve tanta grandeza, pero no podemos ser incautos y, mucho menos, arriesgar la vida de los demás. En estos momentos difíciles, dice el papa Francisco, no debemos blindarnos en nuestras iglesias, alimentar la sospecha, pero tampoco facilitar la estrategia del enemigo. La "sagacidad" también es cristiana.

El papa está en África, es un viaje contra el miedo. Ante los que abogaban por la suspensión, dado el alto riesgo que conlleva viajar en estos momentos a esos países, especialmente a Centroáfrica, Francisco decidió seguir adelante. El Papa no teme a la muerte, es evidente, pero tampoco es un kamikaze. Por ello se montarán dispositivos policiales y, si no hay señales constatables de peligro, se cumplirá el programa de la visita a Kenia, Uganda y Centroáfrica. Suspender el viaje no haría sino darle balas al enemigo. Se ha hablado también de suspender el año jubilar que llevará a Roma a millones de personas el año próximo, pero tampoco es solución. Nunca el mundo ha tenido tanta necesidad de experimentar la misericordia de Dios como en estos tiempos difíciles.

El mundo, este mundo caótico, tiene alternativa y es preciso ponerla de manifiesto, ritualizarla, levantarla con humildad, pero con toda la convicción posible, frente a los que empuñan su kalashnikov como respuesta. ¿Cómo? Ese es el gran reto de la política, no de la religión. La religión nos ofrece, debería ofrecer siempre, el liderazgo moral, la utopía, el sueño, el sentido y la belleza de la historia, buscando siempre lo que une. Hará mal Europa, el mundo en general, minimizando la religión o reduciéndola a los ámbitos privados. Es obvia la fuerza de las religiones - son miles de millones- y, mientras unos se dejan matar por ella, otros matan convencidos de que hacen lo mejor, incluso a costa de autoinmolarse. Conocer, estudiar, confrontar el modo de vida de la gente, sus esquemas, valores y "cultura" -no olvidemos que este término está emparentado con "culto"- es de sabios y exige su espacio en la escuela. Hoy por hoy asignatura pendiente.

Empezamos el Adviento, un tiempo para vivir despiertos, en alerta, conscientes de que vivimos heridos de esperanza. Un tiempo para repostar. El futuro siempre será de aquellos que resisten y lo construyen, a pesar de la cenizas. Muchos ya están en ello.

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