Según el ser humano, aparantemente, el cronos sólo pasa para sí mismo. En una cultura antropocéntrica, intentándose simular el glorioso pasado grecolatino, las personas nos presentamos como dueñas de un tiempo que estimamos demasiado valioso por estar, en la mayoría de las ocasiones, faltos de él. Este transcurre también, sin lugar a dudas, para aquello que rodea a la humanidad y, esa es la consecuencia de esta reflexión. Mirar al pasado: acercarnos a la memoria del templo parroquial de La Milagrosa, como otro suceso más de nuestra microhistoria cristiana vivida en Canarias.

Debemos retroceder a principios del siglo XIX, momentos en los que en los documentos de la parroquia matriz de San Lorenzo, comienza a ser habitual el topónimo de Los Altos, nombre originario de esta población. Un grupo de personas, no más de ochenta, se había situado en este entorno espectacular entre barrancos en nuestras medianías, comenzándose a dar los habituales problemas para una sociedad profundamente religiosa. Para recibir los sacramentos debían desplazarse, siendo muy complejo en ocasiones, bien por la climatología, bien por lo orografía, o bien por la edad o algún tipo de enfermedad; poseían una complicada asistencia espiritual, llegándose incluso, a recibir la muerte sin la visita de un presbítero que le diese los sacramentos necesarios.

Movido por el celo pastoral, el 24 de junio de 1915, el presbítero d. Jacinto Falcón, solicitaría al señor Obispo Ángel Marquina y Corrales, el permiso necesario para la construcción de una ermita, siéndole concedido un día después. Este proceso gozó de tal rapidez gracias a los frutos obtenidos mediante la licencia dada el 15 de diciembre de 1914 que, permitía la realización de un novenario y ejercer en este territorio el sacramento de la penitencia. Los pobladores del lugar acudieron fervorosamente a la convocatoria realizada por los Padres Paúles a las misiones populares que desde en abril 1913 venían realizando, siendo repetidas en mayo de 1918 por los padres Márques y Vicente y con el hermano Martínez.

Todo el vecindario se movilizaría de una forma reseñable. Recibieron el permiso obligatorio para poder trabajar en la fábrica del templo, incluso, en las fiestas dominicales. Toda la población se aunaría en un mismo proyecto: la construcción de su lugar de culto. Sabían de la necesidad que tenían y su solución empezaba a vislumbrarse.

Sin lugar a dudas, este edificio transformaría el territorio de Los Altos. No sólo nos estamos refiriendo a la común modificación del nombre, dándosele a la titular del templo el cuidado de todo el caserío, sino que, la vida cotidiana, quedaría profundamente marcada. Llegaría el tañer de las campanas a acompañar el silencio del lugar, la imagen de la Virgen como una vecina más o, incluso, la pila bautismal cuando el 17 de marzo de 1943, según el Libro de Fábrica de la parroquia matriz, el reverendísimo Antonio Pildain y Zapain, atendiendo al importante aumento poblacional, le otorgase al templo de La Milagrosa, la dignidad parroquial.

Desde 1922 hay constancia de la celebración de las fiestas de la Virgen, teniendo lugar el 9 de junio; diez años más tarde, la noche del 16 al 17 de julio, se fundaría la Adoración Nocturna. Toda la vida cotidiana de estos habitantes se estaba modificando con el nuevo espacio; se había realizado un lugar no sólo cultual sino también sociocultural. Entre esas paredes acontecerían parte de los momentos más importantes del entorno, se legitimarían los ciclos vitales, recibirían a los nuevos vecinos al mismo tiempo que iba despidiendo a los que comenzaban a partir, mediante los sermones se les comunicaría con lo que estaba pasando en el entorno e incluso, con las novedades por la que la Nación atravesaba.

Un templo que ha padecido una república, ha vivido una guerra sirviendo como refugio mediante las plegarias realizadas por familiares de los combatientes, ha observado diferentes dictaduras y sus extraños gobiernos, miraría con ilusión el período de la Transición y ahora, celebra su centuria, en medio de una ansiada democracia, lamentablemente tan discutida por algunos. En definitiva, festejamos un lugar en el que cada vecino ha vivido parte de los momentos más importantes de su historia, una Iglesia que, por estar en nuestras vidas, merece su memoria.