La Provincia - Diario de Las Palmas

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TEATRO Crítica

Una ocasión perdida para sentir

Si algo pudiera ser cambiado en la estructura de El Triángulo Azul, es probable que unos cuantos espectadores eligieran prescindir de la figura del narrador, un narrador interno, que después de presentar los acontecimientos y justificar su papel en ellos, permanece en escena, a veces como personaje, y durante mucho más tiempo como comentador silencioso de los acontecimientos. Sí, aprovechando al máximo esta convención narrativa, el personaje que encarna al fotógrafo del campo de exterminio nazi de Mauthausen nos acompaña con su mirada apesadumbrada y culpable durante dos horas y media; y esto lo convierte en un permanente e inútil intermediario entre los espectadores y la representación de los acontecimientos atroces sobre los que trata la obra. Su interpretación, además, no ayuda; es pobre en matices de carácter y le falta credibilidad cuando el personaje rompe las barreras impuestas por su autocontrol para expresar ira o rebeldía.

El triángulo azul , que recibió el Premio Nacional de Literatura Dramática en la edición de este año, debe su título al distintivo de tela con que los nazis marcaron a los presos españoles internados, principalmente, en el campo austríaco ya mencionado. Fue allí donde el fotográfo Francisco Boix y su compatriota Antoni García Alonso lograron positivar y sustraer las imágenes que permitirían documentar los crímenes en masa allí cometidos.

Si algo anima estas líneas es el deseo de explicar porqué no nos fue posible participar, apenas, del dolor representado en la obra. Aunque entre los motivos por los que el jurado premió el texto se encuentre su "sólida estructura dramática", El triángulo azul combina, inorgánicamente, episodios de una trama realista que avanza año por año hasta 1945, con números de vodevil e incluso con una breve incursión en lo mágico. Las últimas palabras , que entusiásticamente auguran "el día" a las víctimas y "la noche" a los verdugos simplifican la realidad para regalarnos un final más feliz.

Pero hubo contados momentos en los que pudimos emocionarnos; como aquél en el que Brettmeier, jefe de segurida del campo, propone a Oana, la joven convertida a la fuerza en prostituta, que haga con él un pacto traicionero que se cierra con la promesa "¡Y vivirás, gitana!". Las carencias de la obra son salvadas por el buen hacer de Mariano Llorente y Elisabet Altube; y por otros actores del reparto. Marcos León recrea con naturalidad ese "coraje probado" y el "optimismo sin ninguna fisura " con el que describieron a Francisco Boix algunos de sus compañeros.

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