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Martín Alonso

La debilidad, Kobe y la ira

La debilidad hace fascinantes a los héroes. Será porque la gente perfecta, como la sobria, al final, no suele ser de fiar. La fragilidad es justo lo que marca la diferencia entre los titanes y los villanos que, con los bolsillos rebosantes de planes para destruir el mundo, alcanzan una especie de perversa excelencia. Valientes, con poderes, pero terrenales, con sus miserias. Así sería la banda perfecta de superhéroes. Batman, cascado, cojo y en situación de clandestinidad, tiró de un policía novato de Gotham - Robin- y una hábil ladrona -Catwoman- para frenar a Bane en El Caballero Oscuro: La leyenda renace. Superman, para frenar a Lex Luthor -que aspiraba a enterrar California bajo el Pacífico tras lanzar una bomba nuclear sobre la falla de San Andrés- necesitó la ayuda de la muy carnal Señorita Teschmacher para despojarse de un collar rematado en kryptonita. Y hasta James Bond, una especie de superhombre que habita fuera de los cómics, ha sufrido su proceso de deconstrucción en su última serie: en la piel de Daniel Craig se ha visto a 007 con problemas con el alcohol, incapaz de superar pruebas físicas y hasta enamoradizo. El acabose.

Ahora que Kobe Bryant anuncia que deja el baloncesto, en los medios de comunicación se desglosarán las cifras de leyenda que darán lustre a la carrera del escolta de Filadelfia. Campeón de la NBA en cinco ocasiones, nombrado MVP de la competición en una ocasión y dos veces de sus Finales, elegido para jugar el All-Star en 17 ocasiones y dos oros olímpicos. Números, todos, que le convierten en uno de los grandes de la historia del juego, una especie de superhéroe a la estela de tipos como Michael Jordan, Magic Johnson, Kareem Abdul Jabbar, Larry Bird o Bill Russell.

Las luces y las buenas palabras acompañan ahora la desbandada de la Mamba Negra, pero pocos repararán en la temporada en la que Kobe Bryant peleó solo contra el mundo. Fue en 2003, justo después de que los Spurs de San Antonio frenaran la marcha imperial de los Lakers tras encadenar tres títulos de campeones de la NBA. Bryant parecía Superman con un collar de kryptonita amarrado al cuello. Tenía un aire al Batman decadente al que Bane puso en jaque. Y jugó con la ira que movió a James Bond para aclarar la muerte de Vesper Lynd.

Bryant luchó en los juzgados contra una acusación de violación -algunas noches fue a jugar directamente desde los tribunales, con los partidos ya iniciados y llegó a ganar en la cancha su particular batalla contra el mundo-, se partió la cara en cada una de las canchas de la NBA frente a los dedos inquisidores que le declaraban culpable de lo que él calificó como "sexo consensuado" con una joven de 19 años en Colorado y por lo que luego fue absuelto de violación, destronó dentro de la franquicia angelina a Shaquille O'Neal -la estrella de aquellos Lakers-, boicoteó a su propio equipo en un encuentro contra los Kings de Sacramento y logró que Jerry Buss descartara la renovación como entrenador de Phil Jackson -el yerno del propio propietario del club-.

A Bryant, aquel año, lo movió la ira. Ejerció de contra-héroe. Fue terrenal. Y su pelea contra el mundo fue hermosa. Aquello curtió a la cría de Mamba Negra que, cuatro años después, dominó a su antojo la NBA y salvó al mundo de los Celtics de Boston, los villanos de siempre. Kobe siempre será eterno. Ya es leyenda.

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