Decía Víctor Hugo que "la envidia es la admisión de la propia inferioridad", y servidora opino que "la autosuperación es lo mejor que puede hacer el envidioso por sí mismo". Segura estoy de que si se vendieran los cerebros talentosos los mercaderes se forrarían, porque estarían custodiados en preciosas vitrinas bajo siete llaves, los venderían a precio de oro y la gente haría cola por obtenerlos, mientras que los cerebros mediocres estarían a bajísimo precio, expuestos en humildes quioscos y con difícil salida pues creo que prácticamente nadie los compraría.

Entiendo por qué causa es difícilmente digerible para algunos envidiosos/as (bastantes más de lo que pensamos) el triunfo ajeno (ya sea de profesionales de las leyes, de la medicina, de la docencia, de la política, de la arquitectura, de la música, del periodismo, de la literatura, de las artes, etcétera), y a conciencia obvian el esfuerzo y la disciplina en el trabajo del triunfador, atrapados/as sin remedio en el vértigo de los celos, de la rabia, de la tirria, del reconcomio, vestidos de un desequilibrio mental que no les hace ver que deberían tener alegría y hasta orgullo del amigo o compañero talentoso o simplemente conciudadano, sino antes al contrario deseando que esa genial inteligencia, ese talento tenga fecha de caducidad lo antes posible.

Entiendo a los envidiosos/as que dejan entrever su conducta malévola sin ninguna sombra de duda y, muy al contrario, manifestando sin escrúpulos que tal sentimiento les está desordenando la circulación de la sangre, hasta el punto de mostrar hostilidad en la mirada, y en algunos/as hasta sin ánimos de detener su agresión verbal hacia quien ha alcanzado notoriedad.

Entiendo que detrás de quien crees un amigo/a se oculte alguien con malas ideas, negando la evidencia de un éxito, de un talento, porque los rostros se ven, pero los corazones no.

Entiendo que el envidioso/a se solidarice con la pena del amigo inteligente, con su sufrimiento, pero no con su triunfo.

Entiendo por qué un triunfador/a ha de estar siempre esquivando ráfagas de celos por un trabajo bien hecho, por unos logros, por un prestigio.

Entiendo los silencios estruendosos de los envidiosos/as hacia el éxito, el crédito, la reputación del amigo/a. En suma, su victoria.

Entiendo las ausencias del resentido cuando al amigo/a le otorgan premios y aplausos por sus laureles.

Entiendo esa marcada inclinación a la risita delante del victorioso/a cuando alguien generoso le alaba su buen hacer.

Entiendo por qué la envidia hace sacar del envidioso/a al malcriado que lleva dentro porque no puede evitar su resentimiento.

Sí, entiendo a los envidiosos, a todos los envidiosos, a los que llenos de resquemores intentan transformarse en un gran árbol frondoso cuando sólo son más pequeños que un bonsái, cuando ansían convertirse en un gigante y a pesar de sus denodados esfuerzos no lo logran porque toda su vida han sido, son y serán una hormiga. Que tengan un buen día (también para los envidiosos).

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