La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Perspectiva

Responsabilidad

Para lo bueno y para lo malo, siempre echo mano de una cita de Jean-Paul Sartre, entresacada de su obra dramática Las Moscas, para explicar lo que supone la lucha contra el pensamiento único en la enseñanza. "Un hombre libre en una ciudad es como una oveja sarnosa en un rebaño". Esta es la sensación que a uno le hacen personalmente experimentar, cuando fomenta ese hermoso derecho de nuestra democracia, que es la libertad de expresión, pero me consta que a muchos compañeros de profesión les invade idéntica desazón. Pareciera que no existieran alternativas a lo ya practicado en más de tres décadas, que se hiciera imposible un punto de vista diferente al que marcan, curiosamente, los que han llevado a la educación española al negro foso en el que está sumida. Suelen alegar los que se parapetan tras el inmovilismo que "esto es lo que hay", con respecto a la descarada ignorancia que ensombrece nuestras aulas, y con ello creen justificada una conducta paternalista hacia el alumnado, perpetrando la peor de las traiciones que un docente puede cometer sobre sus tutelados: hacerles creer que la mediocridad y la irresponsabilidad son los motores de una vida próspera y feliz.

Los que pensamos de un modo distinto y mantenemos, de manera serena y razonada, que los ideales de civilización comienzan y terminan allí donde la libertad se aposenta, enseguida percibimos la contradicción de un sistema de enseñanza que se ufana en la defensa de los valores primarios del hombre pero que impide, incluso institucionalmente, la demostración de uno de los principios que alimentan la convivencia democrática. La libertad genera responsabilidad y, si se quiere transmitir a las jóvenes generaciones su fundamental contribución al modelo social, debe entenderse que cualquier sistema educativo que se precie ha de respetar tanto lo uno como lo otro. Aceptar las consecuencias de las decisiones y hacerse cargo de los actos de uno mismo son el reverso de ese hermoso principio que es la libertad. Sin embargo, desde octubre de 1990, en España no se puede ni debe educar en tal sentido. Enseñar el concepto de libertad moral está definitivamente proscrito de la enseñanza nacional en un afán de protección sobre el menor que roza lo esperpéntico.

Al comienzo de mi carrera profesional, una de las reacciones que más me sorprendió fue la que paso a narrar. En el aula de Ética -todavía se llamaba así- había propuesto un dilema para ejercitar la razón moral: ¿de poder hacerlo, a quién salvarías antes de un pavoroso incendio, a tu mascota o a un anciano desvalido? Convenientemente argumentado, dejando clara la exclusividad de la elección, les reiteraba que cualquiera que fuese la decisión tomada daría origen a unas determinadas consecuencias. La mayor parte del alumnado optó por la recuperación de su mascota, ya que le daba cariño y compañía. Y uno, que ante todo deseaba que vivieran en carnes propias lo que es el aguijón de la responsabilidad, volvió a preguntar: ¿y si ese anciano, al que no te une nada y desconoces por completo, resulta ser el abuelo de la compañera que tienes sentada justo a tu lado? ¿Cómo responderías ante ella por tu decisión? La lección culminaba con la singularidad de la vida humana, el hecho supremo e irrepetible de su existencia. A la mañana siguiente, se presentó en el centro un padre airado que deseaba hablar con el profesor que "había hecho sentir a su hijo como una mala persona".

Este es un ejemplo sin importancia de cómo la sociedad evita que hasta en los centros escolares se transmita la idea de que ser responsable es inherente al ejercicio de la libertad. Al contrario, lo que predomina en la educación española es la sobrevaloración de la espontaneidad de las conductas y la ilegitimidad de su represión, como si todo lo que entrañe un límite moral de los comportamientos estuviera emparentado con épocas oscuras de la historia. Esta pedagogía de la irresponsabilidad, que se viste como creatividad y aprendizaje de las emociones, ha hecho y seguirá haciendo mucho daño en el medio social y educativo. Es difícil revertirla, desmontar el engranaje psicológico y político del que se ha valido, pero es una empresa justa y necesaria, que va mucho más allá de un tiempo histórico o una ley educativa.

De regreso a Las Moscas de Sartre, en su inicio, hay un par de frases, extrañamente invocadas por un pedagogo -¡cómo se adelantó el genial francés!-, que me recuerdan la actitud de muchos de mis alumnos, todavía inexpertos en la vida, y que funda mi compromiso con ellos y la enseñanza: "escuchad, somos viajeros extraviados. Sólo pedimos una indicación". Como sociedad, ¿seremos capaces por una sola vez de hacerles caso? Una cosa puedo asegurar: lo están deseando, y llevan años y años así.

(*) Doctor en Historia y profesor de Filosofía

Compartir el artículo

stats