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Zigurat

Cruzados y mamelucos

No sé por qué, pero he visto con mis propios ojos que muchos de los llamados intelectuales, alguno conozco, se han puesto a la tarea de desempolvar viejos libros que dormían como quien duerme a un niño, serenamente y cantándole una nana, no vaya a despertarse lo que pone el volumen y empiecen sus palabros, sus frases, sus sentencias, sus hipótesis y sus análisis. Libros que han ocupado a gran parte de los que tenían el poder y la espada, en fin, educadores de todos los tiempos: en la paz y en la guerra. No voy a entrar aquí en la necesidad de que la gente joven, los universitarios que tenemos en las calles, descubran libros tan importantes como la Biblia, que es por otra parte un libro dedicado a los seres humanos donde no sales del asombro en cada versículo. Tanto es así, que en este libro se buscan con ahínco los pasajes donde Dios dice que se puede emplear la violencia cuando es en defensa propia o colectiva. Pero también vi sobre la mesa El arte de la guerra, El príncipe, El Corán, El fin de la historia, El choque de civilizaciones, El exterminio de la judería europea o los textos de Bernardo de Claraval. De los márgenes de la mesa, como la propia historia, caían al suelo uno a uno sujetos como Foucault, Nietzsche, Hess, Habermas, Marvin Harris, Rorty, Chesterton, Kant... y otros que al voltear filo abajo no llegue a ver su título.

A mi pregunta de por qué estaban esos libros de coleccionista en la mesa de novedades, me han contado que es necesario volver sobre nuestros pasos para ver en qué punto la historia se volvió cruenta, despiadada, opresiva y vomitadora de vencidos.

Dice mi interlocutor que en estos folletos puede estar la clave de lo que ocurre en estos momentos en el mundo mundial. Que no hace falta entrar a fondo en los contenidos porque desde la primera página hasta la última hablan de lo mismo, de cómo hemos llegado hasta aquí: es decir, a matarnos con saña de día -la historia contada- y de noche -la historia oculta-. Lo absurdo de la querella es que no hay solución, que sobre esta gran mentira que estamos viviendo solo es verdad que la gente sufre más que antes, que se nos ha ocultado y oculta la tremenda cantidad de muertos que estamos produciendo para nuestro bienestar, cada vez que un país entra en trance comunitario y se pregunta por su ser, por su patria y su bandera, que es lo que lo representa en el sentimiento nacional alimentado de tragedias. ¿Cuál es el mal menor en estas circunstancias? Esta muletilla que tiene en la teología moral su mayor activo, es uno de los procedimientos más procurado para salir de un atolladero antológico. Pero el ser o se ha volatilizado en argumentarios que solo él conoce y por lo tanto, como parte de esa ontología que se abisma, susceptible de universalizarlo e intentar comprenderlo. No nos han dejado, a pesar de que la historia aún no ha parido lo que tiene, por finita, que parir. De ahí que no me extrañe que tengas en la misma mesa de trabajo a cruzados y mamelucos.

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