Qué futuro queremos para el turismo en Gran Canaria? ¿Qué queremos del turismo? Sea cual sea la respuesta, el turismo es la mayor oportunidad de desarrollo que ha tenido la isla en su historia (y ya va más de un siglo). Es su petróleo agotable. Y por eso hemos de colaborar para mejorar los beneficios y que estos se distribuyan para el mayor número de personas, por lo que es necesario el cambio -sensato. Ilusionante- del modelo turístico en Gran Canaria. Conseguir un escenario que promueva el interés y el apoyo a la renovación o re-creación del destino:

Infraestructuras de calidad en todos los equipamientos y alojamientos -de todas las categorías-, donde se realizan algunos esfuerzos pero insuficientes.

Lograr el mayor gasto del turista en el destino y aumentar (sin temor) ese triste 20% que se queda en las islas.

Promover y potenciar los recursos y productos propios, desde el sector primario al industrial.

Desarrollar la actividad económica del turismo más allá del alojativo y el comercio.

Promover la convivencia provechosa y armoniosa entre el turismo y los residentes.

Mejorar la formación y concienciar a los jóvenes de que los trabajos que se generen en el sector son -casi- sus únicas oportunidades para evitar la diáspora.

Dar salida a una juventud que pide desarrollar sus potencialidades en un territorio en el que el turismo es más de un tercio del PIB, el empleo y la recaudación de impuestos. El canario tiene más de un tercio de su ADN cargado de turismo. Generación tras generación, ha convivido con el viajero y el visitante y conoce sus sueños.

Recuperar la ilusión por el turismo como inagotable espacio creativo y de enormes efectos positivos para la comunidad.

Todas estas mejoras son demandas ya conocidas. Unas Tablas de la Ley históricas en el sector turístico. Pero desde que la Administración se fijó en el turismo y creó el Ministerio de Información y Turismo en 1962 (hasta entonces la política turística nacional se reducía a patrocinar encuentros eucarísticos), a partir de ahí el desarrollo administrativo y político se centró casi exclusivamente en el marco normativo, los organismos y entidades instrumentales, la institucionalización de la promoción y la creación de algunas infraestructuras, con un trabajo intenso pero insuficiente y no del todo exitoso a la vista de los resultados.

En este proceso se han elaborado e implantado leyes urbanísticas, medioambientales, laborales, educativas, turísticas... Se han profesionalizado los equipos. Se ha invertido muchísimo en establecimientos hoteleros y comerciales. Pero no ha habido una visión ni un proyecto de cambio de modelo, con medidas que pongan fin o cambien la dinámica que nos conduce a la masificación y monopolio / oligopolio del turista por turoperadores y empresas que apuestan por el todo incluido para obtener hasta la última moneda de cada turista.

El turismo es la industria muy compleja porque el producto es la propia experiencia del turista / cliente. Pero la industria ha olvidado la necesidad de prever el cambio y la evolución permanente de la oferta, del modelo. Un cambio que no puede imponerse ni exigirse desde una administración que también se resiste al cambio, aunque puede y debe continuar con las políticas de promoción, formación, inversión, modernización, etc. Acciones que se contagiarán del proceso de cambio porque les abrirá nuevas posibilidades y oportunidades.

Ahora -y sin demora- hemos de estudiar las necesidades y debilidades que hemos de afrontar imperiosamente y aplicar el conocimiento que nos condujo al éxito en la proyección y creación del destino cuando sólo teníamos ilusiones. Volver a ser un destino inigualable, una experiencia única para los sentimientos gracias al esfuerzo colectivo que protagoniza el isleño cuando tiene un objetivo en el que todos somos necesarios, lo cual lo complica hasta extremos casi inalcanzables. Pero es necesario recuperar ese espíritu que surgiría en dos momentos y dos figuras clave, gracias al genio de Néstor Martín-Fernández de la Torre y su discípulo César Manrique. Ése ha de ser el proyecto. Captar la sensibilidad y animar la capacidad creativa del isleño, que veamos en el turista un alumno que puede pagar por que le eduquen y le enseñen el motivo de la felicidad en las Islas Afortunadas. Y que ese turista -más de tres millones cada año- diga al mundo lo que Homero afirmó hace 2.800 años.

Sólo así podremos pensar, con los medios que tenemos en la actualidad, en lo que podemos ser y hacer con el turismo.