La Provincia - Diario de Las Palmas

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Calafateando

Dos reinas y un destino

La semana pasada tuvo lugar en la Casa Museo León y Castillo de Telde un ciclo de conferencias dedicado a la reina regente María Cristina de Habsburgo Lorena, que organizó el amigo Antonio María González Padrón, cronista oficial de Telde y conservador-director de la Casa Museo, por la vinculación tan estrecha de la Soberana con el preclaro hijo de Telde. No me fue posible asistir, pero para él, el amigo al que estoy tan agradecido va esta semblanza: la historia de la monarquía en España, con todos sus caprichos goyescos, hizo que hubiera dos importantes reinas con un mismo nombre e idéntico papel que representar: ser reinas regentes. Una, María Cristina de Nápoles, o de Borbón, la reina Gobernadora y viuda de Fernando VII, el Deseado. Había nacido en 1807 al resplandor de aquella bella región napolitana. Era hija del Rey de Nápoles y nieta, por su madre, del Rey Carlos IV. Se dice de ella que fue un tipo acabado de hembra mediterránea, inteligente y atractiva, y que en general se condujo, en los cortos años de su matrimonio con su tío, mucho mayor que ella, de modo ejemplar, cuidándolo en sus achaques con ternura hasta la hora final. Madre de Isabel II, por lo que le tocó regentar el reino de España durante la minoría de edad de su hija.

A los tres meses de haber enviudado, la joven reina -contaba con 26 años- emprendió un viaje desde el Palacio de Oriente al Real Sitio de San Ildefonso (La Granja), en un mes de diciembre de frío riguroso. La marcha se hizo en un coche tirado por seis magníficas bestias, acompañándola al estribo un apuesto guardia de corps. Tal vez porque la ruta cubierta de espesa nieve impedía ver bien el paisaje, ella no apartaba la vista del gallardo jinete. El camino de La Granja se hallaba intransitable, por lo que al llegar al parador más cercano acordaron dar la vuelta a Madrid, a lo que la Soberana contestó "¡adelante!" El coche siguió trabajosamente hasta el pueblo de Guadarrama en el que la nieve se hizo todavía más espesa, por lo que Muñoz -así era conocido el guardia de corps- ordenó parar, pero la reina insistía "¡adelante!" El coche chocó con una carreta cargada de pinos y uno de los troncos, rompiendo el cristal de la puerta hirió a la reina en la mejilla y la sangre corrió por su rostro. Muñoz se aprestó a restañar cariñosamente la herida con su pañuelo mojado en la nieve. Esto creó un clima de íntimos contactos, y para pasar la noche buscaron asilo en una pobre casa de pastores, lugar donde pudieron consumar las urgencias del amor. Al llegar a Quitapesares, la Soberana conminó a Muñoz para que buscara un sacerdote que legalizara ante la Iglesia el hecho consumado. Logró avisar a un cura de escopeta y perro, amigo suyo, con licencia de caza pero inhabilitado para decir misa. Se celebró la ceremonia a puerta cerrada el 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes. La infeliz María Cristina fue víctima de una inocentada y vivió doce años creyendo que estaba casada. En el secreto de la alcoba vivieron una intensa historia de amor, fruto de la cual vinieron al mundo, espaciadas en el tiempo, dos hermosas niñas, que, al decir del Conde de Romanones las amaba con más ternura que a su hija mayor la futura reina de España.

La otra, María Cristina de Habsburgo Lorena, princesa Imperial y archiduquesa de Austria, era sobrina del emperador Francisco José. Regente por la temprana muerte de su esposo Alfonso XII y ante la minoría de edad de su hijo Alfonso XIII. Dos reinas marcadas por el mismo destino: el de Regentes. Esta nada tenía que ver con su tocaya, la Borbón, pues era mucho menos agraciada pero con más elevada formación cultural, de vida más recogida y de costumbres más virtuosas. Casó con Alfonso cuando este tenía 22 años y ella 21. Cuentan las crónicas que cuando su esposo se hallaba en el lecho de muerte hizo jurar a su esposa que no pondría al hijo que esperaba, de ser varón, Alfonso, pues le tocaría el XIII, que trae gafe. La reina no le hizo caso, y muchos vieron en ello la confirmación de la desgracia Borbónica.

Cuando María Cristina salió de su Austria natal, preocupada de poder ocupar en el corazón del Borbón el hueco tan sensible y dolido que le dejó la muerte de Mª de las Mercedes, el amor de su vida, nunca pudo imaginar que se casaba con un pendón y un libertino, amigo de actrices y de la farándula, fiel trasunto y marca de la casa. Por suerte, a lo que se ve, el actual rey de España, Felipe VI, heredó la genética de la Corona Helena; nada, ni por asomo de la Borbona. ¿Puede que sea algo impostado, porque quiere ganarse la legitimidad popular de su reinado? Pienso honestamente que no. Creo en lo que se ve: un rey bien formado, serio, responsable, honesto, cabal. Y conste que esto lo afirma alguien que se siente firmemente, más que monárquico, republicano.

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