La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Reflexión

La maldad

La estupidez y la maldad se disputan el trono del desatar de la humanidad. No se han inventado aun las palabras para hacer comprensible qué significan los actos de maldad y sus protagonistas. Las palabras siempre, han pertenecido a los buenos; las acciones, a los malos. En el libro The many faces of evil (Las muchas caras de la maldad), la profesora Ame?lie Rorty expone la evolución del concepto de maldad a través de los tiempos: ser malo fue, en principio, ser desobediente, luego ser male?volo, más tarde ser maldito (romanticismo) para terminar siendo criminal e incluso enfermo (siglo XX). Cuando no comprendemos algo de la condición humana nos deslizamos con la mayor suavidad del mundo entre ser malos a estar locos. La presencia de la maldad en la condición humana parece fuera de toda duda. Los colegas de la revolución delirante afirman que, "si no fuera así, la civilización y las leyes carecerían de importancia, y el empuje a la transgresión carecería de vigor". No les falta razón. La historia, a veces, nos parece que no es más que una crónica de humillaciones, crímenes y guerras, una prevalencia del egoísmo, de la cosificación del otro y la búsqueda de satisfacción, sin calcular las consecuencias. A diferencia de los animales, que sólo matan para alimentarse o defenderse, el hombre mata también por codicia, por celos, por envidia, por apetito de poder, por fanatismo, prejuicio, racismo, machismo, estupidez o una inclinación irracional de su ser a destruir y hacer daño a los otros. "El infierno son los otros", escribía Jean Paul Sartre. Y es que los demás, representan la diferencia, lo temible, la codicia, el miedo, la envidia o la incomprensión. Entonces, ¿por qué no conseguimos prescindir de ellos? Hay algo de uno en los otros y viceversa.

El origen de la maldad es un enigma. Y las posiciones para explicarla son variadas. A veces algunas noticias nos intranquilizan, más aún, cuando se intenta explicar el mal o la maldad. El mal no existe y la maldad es producto de la acción humana, y la crueldad es una variante. Su origen es controvertido y sus manifestaciones en la vida privada y pública de sociedades y naciones son infinitas. Un neurólogo alemán estudió la reacción de asesinos y violadores mientras veían películas violentas. Utilizó escáneres especiales. Tras investigar y analizar los cerebros de criminales violentos, aseguro que la "mancha del mal", la mancha oscura, se encuentra en el lóbulo frontal. ¿Nos harán escáner a todos? Al parecer, siempre que había escenas brutales, algunos sujetos no mostraban ninguna emoción, en las áreas del cerebro donde se crea la compasión y la tristeza, no pasaba nada, según explicó. En la Biblia también encontramos pasajes de su origen. En Ezequiel 28 no solo es una referencia al rey de Tiro sino ademas a la creación de Luzbel ("lucero de la mañana o luz bella"), que posteriormente se le llamó Satanás. (adversario), según la mayoría de los teólogos. Era el más hermoso y poderoso de todos los ángeles "querubín grande, protector". Fue el ángel que "guardaba" la presencia de Dios. La rebelión de Satanás resultó en ser echado de la presencia de Dios y, eventualmente, resultará en la condenación de Dios de Satanás al lago de fuego por toda la eternidad (Apocalipsis 20:10).

En la filosofía griega Empédocles habla ya de las dos fuerzas, a las que llama Amor y Odio. Freud lo denomina la pulsión tanática, atracción por la muerte que se disputaría con el eros, el amor a la vida. Freud, en su obra El malestar en la cultura, señala que para el hombre, el pro?jimo representa un motivo de tentación para satisfacer en él su agresividad, para humillarlo, para provocarle sufrimiento, martirizarlo y matarlo. El hombre sería un ser pulsional, que sólo puede ser civilizado bajo el efecto opresor de la sociedad, que admite como inevitable. En ausencia de esta, el hombre sería básicamente cruel, bien dispuesto a usar la fuerza y el poder en beneficio de sus deseos. Hobbes, en cambio, sostiene que "el hombre es un lobo para el propio hombre" y lo que de verdad le mueve es su miedo y su egoísmo. El estado de la naturaleza -el mundo anterior a la organización social- es la "guerra de todos contra todos". La vida en ese estado es solitaria, pobre, brutal y breve, y por tanto, el hombre se ve obligado a utilizar la fuerza para garantizar su autoconservación. Una reacción originada en el miedo al otro y no una acción gratuita. En su afán de alcanzar mayores cotas de seguridad, cada hombre renuncia y transfiere su derecho a un poder que le garantice el estado de paz: la sociedad. La protección que ésta ofrece nos permite vencer nuestro miedo animal, dejar de lado el recelo y ser, en definitiva, más bondadosos. En Rousseau, so?lo el hombre salvaje era bueno de forma completa. La naturaleza del hombre ha ido empeorando, pues la cultura lo ha distanciado de este sentimiento original y ha hecho que busque un motivo para odiar y despreciar al otro, enfriando así su temperamento y hacie?ndolo insensible ante el sufrimiento ajeno. Se ha ido atrofiando nuestro sentimiento natural de compresión hacia los demás.

La maldad y la crueldad, o por el contrario, la bondad o el altruismo, son conductas únicamente e íntimamente ligados y atribuibles al género humano. Y la literatura de todos los tiempos lo ha reflejado, por ejemplo, en las obras: Frankenstein; el moderno Prometeo; El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hide; La bella y la Bestia; y Otelo. En todas estas obras -y muchas más- vemos la versatilidad de sus personajes. Intuimos el fino alambre de la bondad y la maldad, y la volatilidad que sufren los personajes según aconteciese. En todo caso, sea cual fuere su fuente, la maldad siempre ha estado ahí, irredimible, indiferente al progreso material y científico, incansable en la civilización y en la barbarie, sembrando dolor, frustración, odio y muerte a lo largo de la historia, llego a sentenciar el escritor Vargas Llosa. El altruismo y la maldad no son antagónicos, sino que coexisten de forma natural en todos.

Lo inexplicable se atribuye siempre de forma automática y reduccionista al mismo actor: detrás de los sucesos sorprendentes se encuentran personas trastornadas, distintas a la mayoría y con alguna característica que los hace actuar así, de modo distinto a la manera en que lo haríamos la mayor parte de nosotros. Esta es la etiqueta. Así Zimbardo en su obra El efecto Lucifer, basada en años de investigación en psicología social, enfatiza que son los factores situacionales los que hacen que en determinados contextos, cuando concurren factores oportunos, actuemos en un sentido inimaginable. O seguramente, la esencia de la maldad es la ausencia de empatía hacia el otro. Su presencia lleva a un fiscal a llorar en el relato del asesinato de una niña, y su radical ausencia, con otros ingredientes, lleva a un padre a matar a sus hijos.

(*) Profesor titular de Psiquiatría de la Universidad de La Laguna

Compartir el artículo

stats