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El periscopio

La memoria histérica

Sí, han leído bien. No me refiero a esa famoso memoria histórica que muchos reclaman y que crea polémicas, oposiciones y controversias. Me refiero a los otros enfoques que se le pueden dar a la historia, dependiendo del cristal con que se mira. Puede ser la historia de España, o de cualquier otro país que se precie y que verdaderamente tenga algo que contar y no esté ungido a las casualidades, o al hecho de que en aquellos momentos pasaba por allí y rebañó algún acontecimiento, sea con pena o con gloria.

Conservadores... de privilegios; ostentadores de la verdad suprema, o fanáticos de tomo y lomo (peligrosas sectas, por cierto). Y demagogos, mucho demagogo anda suelto por ahí que quiere lucir medallas y galardones, sin haber hecho méritos para ello. La gente -la mayoría- reclama siempre justicia porque está convencida de que no existe, o de que solamente favorece a los más poderosos, a quienes, incluso, pueden manipularla y hasta comprarse a los que tienen que impartirla. Si no, no habría tanta pancarta en la calle reclamando: justicia, justicia.

Se pierde la fe en ella. Ser descreído no es bueno para nadie. La gente debe tener ideales, creer en alguien, o estará siempre desorientada.

Cuando se habla de personajes que figuran en primera línea de la historia pasada, unos los consideran ídolos, héroes, prototipos, personas intachables. Otros no lo verán así y considerarán que hay más sombras en su pasado que luces. Para estos, no dejarán de ser dictadores, tiranos, embaucadores, criminales... Depende, repito, del cristal con que se mira.

Del pasado, de la historia, deberíamos siempre aprender de los errores cometidos para no repetirlos. Pero ni caso. La historia se repite una y otra vez. ¡Cuántas guerras y matanzas colectiva a lo largo y ancho del globo y del tiempo! ¡Cuántos expolios y abusos! ¡Y los que quedan! Hay personas que se recrean añorando el pasado, repitiendo los garrafales errores del pretérito. Luego vendrán las lamentaciones y detrás, el olvido.

Ascendientes de muchos de los que hoy rigen España, o desean gobernarla, aunque estos procedan de la plebe y de los siervos de la gleba, fueron en el pasado los que consiguieron que este país, a base de invasiones, conquistas y rapiñas de recursos ajenos, fuese una nación rica, y por tanto, respetada. Pero después fueron cómplices de su ruina y decadencia. Tal historia se repite una y otra vez en otras naciones. Cuando se es pobre, analfabeto y montaraz, nadie te respeta. Pasas a ser Tercer Mundo"

Lo que hoy conocemos como nobleza procede de unos señores que iban a guerrear, a matar, a esclavizar, a embolsarse riquezas (de aquí, allá y acullá) y, por tales méritos, bañados en sangre e ignominias, hubo unos magnánimos reyes que los convirtieron en condes, duques, marqueses, barones o validos, con tajada incluida, por ser tan valientes y unos héroes. La aristocracia, la sangre azul no existe: la han creado artificialmente otros. Pero no es azul, sino roja, como la de los demás.

Hoy, obnubilados por la ambición y por creernos que vamos a poder alargar nuestra vida hasta el infinito, cerramos los ojos ante tanta desigualdad existente en la humanidad. No colaboramos mucho en el equitativo reparto de la riqueza. Pero lo que es peor: cerramos los ojos ante la evidencia de que nuestro hábitat, la Tierra, está amenazada por muchos frentes y de que, tal vez, seamos cómplices de su futura y casi inmediata desaparición. ¡Apocalíptico, demagogo! -dirá más de uno. Espero no ver ese último desastre, que ya he visto bastantes.

Tal vez no explote como una bomba, como miles de bombas atómicas, pero este planeta sí será inhabitable. O sea, que no estaremos usted o yo, para contarlo. Esa es la herencia que les estamos dejando a las presentes y futuras generaciones. Sigamos mirando, pues, para otro lado. Sigamos pensando que todo eso son historias histéricas y que no nos van afectar para nada.

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