Se habla de un porcentaje considerables de indecisos, pero lo que muestran los estudios es que los indecisos que lo son muchos (sobre todo a partir de determinada edad) siguen siendo fieles, aunque a regañadientes, a sus opciones de voto. Como medio país estoy fascinado por los gráficos de Kilo Llaneras y su experimento de 15.000 simulaciones a partir de las encuestas electorales de los últimos meses. Los resultados que obtiene este ingeniero de sistemas son muy interesantes. Las elecciones, por supuesto, las gana el PP, aunque sufre un castigo brutal. En ningún caso conseguirá llegar a los 130 diputados y puede que solo obtenga 110. Pero eso es perfectamente esperable. Mejor dicho: lo que sería esperable son unos resultados todavía mucho peores para la derecha española vista su gestión de la crisis económica y sus reformas destructivas en el terreno de derechos y libertades. Pero es que la suma de la izquierda y el centroizquierda (digamos PSOE, Podemos e Izquierda Unida) apenas supera en el mejor de los casos al PP por una docena de diputados. El PSOE sobre 85 diputados, Podemos sobre 40, IU, entre tres y siete escaños. Y para de contar. La suma de todas las fuerzas progresistas se queda muy lejos de la mayoría absoluta. Como es obvio, las damas y caballeros de Ciudadanos, sobre los 65 diputados de media ponderada en las encuestas, tienen la llave de la gobernabilidad. Hombre, podría abstenerse en una hipotética investidura de Pedro Sánchez, y facilitar así un gobierno de izquierda, pero me parece una actitud sumamente improbable.

De confirmarse estas tendencias -y detestaría que así fuera- la izquierda española se llevaría el mayor palo político-electoral desde la Santa Transición y quedaría desvelada otra obviedad: para vencer electoralmente a esta derecha antiliberal y nacionalcatólica que solo se encuentra a gusto en un capitalismo castizo y de amiguetes es imprescindible un gran y único partido de centro-izquierda en España. Precisamente lo que el PSOE -por culpas propias y ajenas- parece que está a punto de dejar de ser y que Podemos es incapaz de convertirse, en las próximas dos semanas o en los próximos veinte años. Porque Podemos, por supuesto, parte de una impugnación radical de todo el sistema constitucional y de la economía de mercado y solo después, cuando comprueba que ese discurso no se lo comprarán jamás las clases medias, intenta sumergirse en una ambigüedad donde no puede permanecer indefinidamente. Lo de IU es absolutamente sorprendente, porque denuncia una incapacidad pasmosa tanto para entender la voluntad depredadora de Podemos desde un primer momento como las enseñanzas de un cuarto de siglo de la coalición que lidera ahora Alberto Garzón. Mucho cuidado, porque las elecciones que hace seis meses iban a enterrar el proyecto derechista del PP y prejubilar a Rajoy pueden conducir, muy al contrario, a la mayor crisis de la izquierda en España.