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Javier Durán

La transición de Podemos

El combate de ideas resulta curioso: Rajoy se revuelve con la reivindicación por delante del legado de Adolfo Suárez, y Pablo Iglesias trata de articular un apoyo electoral con el fenómeno bautizado como segunda transición, sustento de un libro que acaba de presentar bajo el título Una nueva transición, materiales del año del cambio (Akal). En el atril del mitin, el candidato del PP escancia los años memorables de la UCD y las transformaciones que dieron lugar a la monarquía, a la Constitución de 1978, a la entrada en la OTAN, a la incorporación de la UE y al triunfo democrático frente al 23-F. El peso de un pasado más o menos reciente, respetado a lo largo de décadas, se solapa con la actualidad con el objetivo de dar consistencia a un programa donde los herederos de las élites reformistas de los setenta tratan de hacerse con el nicho de los votos centristas, un millonario caudal que no desea estridencias y que temen perder frente al estudiado comedimiento de C's. Los argumentos que Pablo Iglesias despacha en su libro ya los ha desgranado en artículos previos que, a grueso modo, configuran la necesidad de un cambio político para una clase social que se beneficio de la Transición, pero que a partir de la crisis del 2008 vivió una sacudida que quedó patente en el movimiento de los indignados del 15-M. El candidato de Podemos, que estará en Gran Canaria el próximo día diez, subraya la urgencia de la segunda transición no desde un proceso revolucionario, sino como una alteración natural encerrada por ahora en la cripta de una modificación constituyente, sótano o tumba cuya apertura no será, obviamente, para el momento de los equilibrios electorales. Como dice Iglesias, hay países en los que no sucede nada en una periodo de 15 años, pero de pronto todo se desencadena en una semana. De manera cifrada, habla de un "gran debate social" tras lo comicios generales, siempre que sus inversiones den el fruto apetecible. ¿Qué pretende Iglesias? Todavía no lo sé, pero está claro que recurrir a la retórica de la segunda transición le viene muy bien: por un lado, una época, y por otro el escondrijo ideal para un nuevo centrismo (o así lo desea).

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