En la última disensión entre Pablo Iglesias y Felipe González, el hijo no está matando al padre como algunos interpretan al empeñarse en establecer un paralelismo entre uno y otro. Sencillamente no hay parentesco, el segundo representa algunos de los viejos valores de la socialdemocracia que el primero, un populista de izquierdas, ni siquiera valora.
Iglesias ha visto en la figura del expresidente de gobierno una caricatura patética de lo que fue por lamentarse del "ascenso en España de las alternativas bolivarianas". No se puede, sin embargo, culpar a González de querer rentabilizar con sus palabras la imagen subvencionada que ha cultivado Podemos. ¿Tiene o no tiene que ver el partido de Iglesias con esa broma siniestra del chavismo que ha empujado a Venezuela a gritar libertad? Sí. ¿Se puede establecer por tanto relación aunque en un diferente marco geopolítico? Naturalmente.
Felipe González, al que se le puede culpar de casi todo salvo de no entender el mundo, no es una caricatura de lo que fue porque casi siempre fue lo mismo desde que pronunció aquella frase lapidaria de que prefería morir apuñalado en el metro de Nueva York que de aburrimiento en Moscú. Como ello no significa lo mismo que arriesgarse a perecer de un navajazo en Caracas antes que de frío en Copenhague, el veterano político socialista ha decidido firmar junto con Rajoy y Cameron, entre otros, un artículo para respaldar las legítimas reclamaciones de la oposición democrática perseguida y represaliada en esa Venezuela bolivariana que tanto admiran y respetan Monedero e Iglesias.
Aunque a Iglesias le parezca patético, hay valores universales que están por encima del sectarismo. Trascienden a la chaqueta de pana y a la coleta, que alguien ha pretendido yuxtaponer en el tiempo.
