La Provincia - Diario de Las Palmas

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Javier Durán

Pena, penita, pena

No sé a qué viene tanta excitación en torno a los debates múltiples y a la erosión que los mismos puedan provocar entre el electorado. Los sparring buscan el mejor albornoz, masajean bien las neuronas de sus candidatos con entrenamientos de risas y autoafirmación, y uno va y se olvida que el 20-D está a la vuelta de la esquina para quedarse en una especie de bucle ante Soraya Sáenz de Santamaría. Los tics de Rivera, las manchas en los sobacos de Iglesias, la sonrisa mecánica de Sánchez. Todo ello me produjo una despreocupación alienígena, contrarrestada por la fijación de la mirada sobre la candidata de pequeña estatura (descubrí que los cargos suelen estirar los huesos), en su mirada de águila rapaz, en unos fogonazos dialécticos de empollona funcionarial, en su rostro aniñado y versátil, en su orgullo para intentar situarse en un lugar que le venía confuso... Y aunque pueda sonar a tópico cogí la copa de vino blanco y pensé en la vieja canción de Burning: "Qué hace una chica como tú en un sitio como este". No sé si estos sucesos están sometidos al cálculo de Errejón: un indeciso de los tantos que hay decide hacer abstracción con los argumentarios, y se vuelca en escarbar en la vida de la aspirante del PP, en su felicidad, en sus pensamientos a la hora de elegir la vestimenta, en sus tacones (que le hacían mucho daño), en lo sufrido que resulta ser dejar de ser para convertirse en otro, en los expedientes que tiene que digerir, en la hora que decidió el sacrificio, en su voluntad para hacerlo lo mejor posible... Al final de todo empezó la fiesta de las encuestas, las preguntas y opiniones cualificadas sobre el ganador y el perdedor. No hubiese sabido qué contestación dar. En realidad, me había pasado dos horas del debate sumido en una natilla, intentando una y otra vez salir a flote y despegarme del carácter icónico que había adquirido en mi cabeza Soraya Sáenz de Santamaría. En ningún caso iba a decir que fue la mejor, pero parte de la culpa de que yo fuese un bicho raro la tenía el inquilino de Doñana: sostuve que el muy artero la había enviado al matadero, y que por ello sentí la llamada de la pena, penita, pena. Exonerado.

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