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Reflexión

La hormiguilla atómica

Y quién ganó? Pues yo diría que ganaron los extremos ideológicos: Pablo y Soraya. Permítanme que nos tuteemos ya todos. Es lo que escuché anoche. Ya no se lleva lo del señor González, el señor Aznar, etcétera. Ahora somos Pedro, Pablo, Albert, Soraya... Nueva política. Tuteo y tuiteo, en resumen.

Diría que ganaron los de los dos polos del debate, Pablo y Soraya, porque cada uno supo encontrar su respectivo personaje. Ella había sido la hormiguita atómica que había estado tratando de rellenar con mucho esfuerzo la despensa y limpiando la casita mientras aquellos tres adolescentes granulosos, ahora en el plató junto a ella, jugaban al FIFA en el sofá. Ella, a sus labores. A sus labores de Gobierno. ¿Corrupción en el PP? Uuuy, sí, igual sí, algo de eso debió haber, pero son cosas del señor de la casa. Yo estaba pasando la aspiradora a la crisis. Pregúntenle a él cuando vuelva, que ha salido a fumarse un puro.

Pablo también ganó. Por fin se quitó el disfraz de Felipe González el mozo, dejó esa manía de hacer de líder del PSOE auténtico y volvió a ser el Braveheart de las plazas y de la gente, el Espartaco del Alcampo. No olviden las putadas que les hicieron estos cabrones de las black y sonrían, porque se puede, nos arengó al final. Pablo volvió a ser San Pablo, el apóstol de la gente. Y la gente buena no sabe pronunciar bien PriceWaterhouseCoopers, consultora de la casta. La gente buena, cuando habla inglés, lo hace como Chiquito: Jausguaterjauscuper, ande mor. Así que Pablo sonó como Chiquito y sudó como la gente buena y humilde, que sigue sudando en el tajo a estas alturas de siglo.

Albert y Pedro se quedaron empantanados en la zona muerta del espectáculo. Albert estuvo todo el rato tocándose el meñique, como si llevase un molesto anillo de casado, sacando propuestas de las suyas, superrazonables y garicanas. Pasó el debate en nervioso equilibrio, poniendo una vela a Dios y otra vela al Diablo. Lo mismo te digo una co que te digo una o, se dice en una canción de Sabina. Ni bueno, ni malo, ni todo lo contrario. Y así, cualquier actor podrá decírtelo Albert, no se roba ninguna escena ni se gana un Óscar. Sólo brilló en el minuto final, cuando habló de la ilusión y de emprender una segunda transición. Ahí sí, ahí encontró de repente su verdadero papel: el yerno que toda madre sueña.

Pedro a veces se reía y, como tiene voz grave, de bajo, se le escuchaba en segundo plano y no se sabía muy bien de qué se reía tan a lo tonto. El líder socialista, que tiene planta de Supermán, ayer iba de Clark Kent y, ya saben, el superhombre en la vida civil resulta un poco espeso y descafeinado. ¿Qué fue lo que dijo Pedro? Ah, sí, que sólo se le podía votar a él. ¿Y por? Porque sí. Ah, vale. Que afine, porque en el próximo debate que le espera, el cara a cara con Rajoy, igual se lo come el señor que el lunes estaba siguiéndolo todo desde Doñana. Recuerden: es ese señor que parece tonto pero que tiene la paciencia de una manada de elefantes y, a la que te descuidas, zasca, te acaba metiendo 8-1 al futbolín.

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