La publicidad invade nuestras vidas y ahora, con la llegada de la Navidad el consumo es inevitable. El gasto familiar empezará a dispararse y las tarjetas de crédito se irán vaciando. Con este periodo, se abre la llegada de las compras, los compromisos sociales y familiares, las cenas de empresa... Un sinfín de situaciones que nos generan un cierto desequilibrio y más de un quebradero de cabeza. Con el paso de los años, muchos han olvidado la verdadera razón de vivir la Navidad. Para muchos adultos son momentos de tristeza que afloran en estos días. Se vuelven apáticos y sensibles y no se vuelcan en que los más pequeños se contagien de lo que ellos vivieron en su niñez. ¿Qué recuerdos tienes de cuándo eras niño? Yo nací y me crie haciendo el belén, las truchas de batata y mirando a la montaña desde la ventana para ver si los Reyes Magos estaban más cerca. La Navidad es para compartir con la familia y amigos; una fiesta para ser solidarios y repartir amor. Es un buen momento para expresar buenos sentimientos hacía los otros, de intercambio de generosidad con el que no tiene y de nuevos propósitos para el nuevo año que empieza. Para algunos será así, aunque muchos sabemos -si en vez de mirar al frente giramos la cabeza- que habrá muchas familias que no podrán disfrutar de estas fiestas tan íntimas como las gozarán otros. Me entristece saber -porque lo sé- que un niño no es capaz de pedirles nada a los Reyes Magos porque es consciente de la situación que está viviendo en su hogar. Me entristece que a la casa de ese niño no lleguen unas tabletas de turrón, un buen jamón serrano y algunos adornos nuevos. Me pone de los nervios el saber lo que no se siente cuando uno padece necesidad y con cierta vergüenza y pudor va a las organizaciones de su municipio a pedir ayuda en estos días. Creo que es un buen momento para reflexionar y en la medida de nuestras posibilidades ayudar a quienes desde el silencio nos están pidiendo ayuda. ¡Felices fiestas para todos!