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A tiempo y a destiempo

Los pasos más allá de la puerta abierta

Dos imágenes contrarias. Una puerta que se abre y unos accesos a la plaza donde los controles son exhaustivos y penosos. Es el retrato puro y duro de nuestra sociedad. Por una parte, el buenismo de los "justos", esa minoría creativa que hace avanzar la historia y, por otra, la necesidad real de desarmar cualquier atisbo que ponga en peligro la seguridad. Es el miedo al otro que se ha instalado, no sin razones, en este mundo nuestro. Se exhibe sin pudor y, después de los atentados de París, es un virus. Previsión, no sólo frente a las posibles incidencias en cualquier aglomeración humana, sino ante el otro que, bajo su apariencia de normalidad, puede convertirse en un peligro real. El otro, ese personaje sin rostro, desconocido, y por lo mismo, sospechoso.

Muchos titulares del día siguiente, como después de toda manifestación política que se precie, daban cifras de los congregados en la Plaza de San Pedro para abrir la puerta Santa. En muchos de los titulares la decepción era obvia. ¿50.000, 100.000 peregrinos? ¿Muchos o pocos? Los justos. Lejos, sin duda, de las grandes aglomeraciones de otros momentos, 200.000 y hasta 300.000 personas, pero lo suficientemente mediático como para ritualizar ante los hombres y mujeres de buena voluntad el significado de abrir la Puerta de un año santo. Posiblemente en febrero cuando los restos del Padre Pío sean expuestos en San Pedro como icono de esa misericordia de Dios que impartió a través del sacramento de la reconciliación, la plaza se atiborrará como en sus mejores tiempos. Por ahora el terrorismo no ha permitido curar el miedo, pero todo apunta a que las terrazas de Roma volverán a llenarse de turistas. La memoria colectiva es muy débil.

Bien es cierto que este es un año jubilar diferente. Habrá puertas santas en toda la geografía eclesial y Roma ya no será esa meta definitiva y única que, por motivos coincidentes, también añoran las arcas municipales y Vaticanas. Evidentemente es un Año Santo low cost, pero esto no es negativo, sino todo lo contrario. Las puertas se han abierto, incluso antes de la de San Pedro, en la Catedral de Bangui convertida el 27 de noviembre en el centro del mundo. Mañana se abrirá la Puerta Santa en la Catedral de Santa Ana, como en el resto de catedrales, pero también se abrirán, en Teror, la Puerta de la basílica del Pino y la Puerta de San Juan de Telde, santuario del Santo Cristo. Esto sucede, por primera vez en la historia de los años jubilares y Roma, aunque sigue manteniendo su evidente centralidad, se pone en camino hacia las periferias del mundo. Un tema prioritario en Francisco.

Puertas que se abren simbólicamente en Tokio o en Erbil, capital del Kurdistán iraquí, pero también puertas particulares como la del Albergue para pobres de Cáritas diocesana de Roma, junto a la estación Términi, y que el Papa abrirá oficialmente el próximo 18. Unas puertas que se añaden a las puertas de las cuatro grandes basílicas de la ciudad eterna y a las del santuario de la Misericordia también en Roma. Una oferta de la Misericordia a domicilio, variada y católica, que el Papa extiende hasta los mismos presos: "pues hasta las rejas de la cárcel pueden ser transformadas en Puerta Santa".

Si a estos ritos sigue una verdadera acogida a las personas en dificultad, como ha escrito el Papa en la Bula de promulgación el Año Santo, el Año jubilar recuperará parte de sus características bíblicas: celebrado cada 50 años, tenía como prioridad restablecer la justicia social entre los habitantes de Israel, sobre todo para los marginados y descartados de entonces. En caso contrario no pasará de ser una exaltación más del centralismo romano y del papado, característica de todos los jubileos hasta ahora. Por eso mismo, lo importante no es atravesar la puerta, lo importante serán los pasos que se den dentro.

"Entrar por esta puerta -ha dicho el Papa en la homilía de la Misa de la Inmaculada- es descubrir la profundidad de la misericordia del Padre que a todos acoge," nos invita "a anteponer la misericordia al juicio" y a deponer toda clase de "miedo y de temor".

Y, ya que recordábamos, justamente en ese día, los 50 años de la clausura del Concilio Vaticano II, Francisco ha dedicado palabras significativas a este acontecimiento: "Queremos recordar otra puerta que hace 50 años los padres conciliares abrieron hacia el mundo"? "un encuentro entre la Iglesia y los hombres de nuestro tiempo, marcado por la fuerza del Espíritu que empujaba a la Iglesia a salir de las trincheras en las que durante muchos años se había replegado".

Al término de la Misa, abrió el portón de San Pedro, atravesándolo, por primera vez junto a un Papa emérito. Puso las dos manos sobre los cuarterones de bronce y empujó. Por un instante la puerta pareció resistirse, pero Bergoglio insistió y la Puerta Santa, con la complicidad de los ceremonieros desde el interior, se abrió de par en par. Toda una metáfora. La impronta del Papa encuentra resistencias, miedos, escepticismos, pero Francisco lo tiene claro: el espíritu del Buen Samaritano que emergió del Vaticano II, como Pablo VI recordaría en la Misa de la clausura del Concilio, sigue vivo.

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