Los políticos en campaña explotan las emociones de los ciudadanos y prometen un bienestar imposible. A todos aquellos que aspiran a ocupar un escaño en el Congreso de los Diputados o el Senado habría que pedirles, en Canarias, y en España, un poco de realismo. Que en lo que queda de campaña no llenen la cabeza de los votantes de eslóganes vacíos o promesas genéricas que nadie sabe cómo cumplir, y que les expongan con franqueza remedios concretos para aquellos problemas que sí se sienten capacitados de solucionar. Gobierne quien gobierne tras los comicios del 20 de diciembre habrá que continuar con la regeneración y afrontar, en el orden nacional e internacional, retos de una magnitud desconocida que exigen firmeza, entendimiento y liderazgo. Los elegidos, pero también los electores, tienen una enorme responsabilidad ante unos comicios muy importantes, de los más relevantes de la democracia española.

Desde que los ciudadanos, acuciados por la crisis, dejaron de mirar para otro lado y de ser laxos con sus gobernantes, los políticos ya no saben qué excentricidad emprender para volver a congraciarse. Bastaría para empezar la reconquista de la confianza con que les mirasen a la cara, les enumeraran medidas factibles para hacerles la vida más fácil y cumplieran luego con su parte del contrato. Como la política sigue siendo representación y espectáculo, importa más el envoltorio que el género.

En los días previos al pistoletazo de salida y durante la campaña los candidatos se han subido en globo, bailado en variados escenarios, cantado en platós, comentado partidos de fútbol por la radio y desfilado por los programas más populares. Tiempo de trivialidad y desconcierto. Antes el consejo fundamental de un asesor a su líder en campaña era que procurase no meter la pata.

La presión social surte efecto y está obligando a los partidos a romper con el inmovilismo para reconectar con la sociedad. A los grandes les produce pereza, no tanto por el agotamiento de su modelo ni del bipartidismo como por la dependencia de la pesada carga de cargos y colocados que arrastran. Un ejemplo: el cementerio de elefantes en el que han convertido el Senado, su último reducto porque de nada sirve y a nadie importa. Cuando más tarden en ser valientes y soltar lastre, más facilidades de consolidación brindan a los rivales.

Canarias afronta una competición electoral con una oferta electoral plural. Desde lo tradicional a lo nuevo, con candidatos experimentados o inexpertos, recién llegados o con una amplia carrera, jóvenes y veteranos, con y sin pasado, y con trayectorias cortas o largas en la política. Quizá en otro contexto menos convulso no habrían sido tantas las opciones. Hay más variedad para elegir que nunca. Hasta cinco formaciones cuentan con posibilidades de obtener representación, algo nunca visto.

En las candidaturas hay motivos y ofertas suficientes para estimular la participación el domingo 20 de diciembre. Como cabeza de lista del PP en Las Palmas se presenta el ministro de Industria, Turismo y Energía, José Manuel Soria, quien asume la doble responsabilidad no solo de defender la gestión del Gobierno de la Nación durante estos cuatro años sino también su condición de privilegiado interlocutor de los intereses de las Islas en Madrid tras una legislatura más que convulsa y difícil. El resultado tendrá una doble interpretación: los votos se analizarán no solo por lo que aportan a la suma total obtenida por el partido sino también según una clave más personal que afecta al liderazgo, tirón y prestigio del ministro en la sociedad canaria.

Los socialistas experimentan en las Islas con una fórmula inédita en la historia electoral del PSOE: una coalición con un partido nacionalista, Nueva Canarias, con quien conforman una lista conjunta, un novedoso paquete electoral que puede acabar explotándoles en las manos o convirtiéndose en una exitosa fórmula para exportar a otras zonas de la Península. Coalición Canaria rejuvenece sus listas, confía en el aún inmaculado presidente del Gobierno de Canarias, Fernando Clavijo, como arrastre ante los votantes y se ofrece como única opción nacionalista en el Congreso. Sus aspiraciones son modestas, pero no ajenas a la cicatriz abierta con el progresivo deterioro de voto, elección tras elección, de CC o al primer costurón -si no se obtiene representación en el Congreso- en el recién estrenado traje reluciente que viste Clavijo.

Tras los magníficos resultados en las regionales, insulares y locales Podemos vuelve a someterse a una prueba de máxima resistencia para unas elecciones en las que han puesto su máximas expectativas y con una cabeza de cartel, la juez Victoria Rosell, llamada a ser ministra de Justicia si Iglesias es presidente. Tras el fogonazo de las europeas y la confirmación de las elecciones de mayo como fuerza emergente ahora compiten contra el desgaste que conlleva algunas decepciones tras asumir responsabilidades y un discurso que se modera o endura según convenga para ampliar adeptos o no defraudar a una parte de sus bases. Y Ciudadanos lanzado a arrebatar parte de la clientela al PP, pasa de la pubertad a la madurez en un proceso en el que puede quedar como un eterno adolescente o un adulto hecho y derecho.

Estamos probablemente ante los comicios más inciertos de nuestra historia electoral cuando acechan conflictos gravísimos que exigen para su embride lo mejor de los mejores: un irracional pulso independentista para romper España; un terrorismo yihadista que amenaza al mundo libre; una interminable recesión económica que ha agigantado la desigualdad en el reparto del trabajo y la riqueza, y un proceso reformista aún incompleto.

Se puede hacer mucho más para reducir el paro, sobre todo en Canarias con tasas superiores al 30%. Reintegrar a los desempleados en el sistema productivo pasa por aumentar su cualificación, para no depender solo del resurgir de sectores con alta demanda de mano de obra poco formada, como los servicios o la construcción. Brindar oportunidades a los jóvenes no consiste en ofrecerles contratos en prácticas mal remunerados, consolidando un despilfarro humano y material. Relanzar la economía no es interferirla sino velar por el correcto funcionamiento de los mercados en igualdad de condiciones y oportunidades.

Los desfavorecidos siempre tienen que contar con ayuda y quien necesita verdaderamente un rescate es la sufrida, y mayoritaria socialmente, clase media. La crisis la condenó a un doble castigo. Por un lado, el de ver sus salarios estancados y sus empleos precarizados. Por otro, el de padecer impuestos multiplicados para tapar los agujeros del déficit y la deuda. La transformación del país no puede pararse por un mapa político fragmentado que desincentive la regeneración.

Los sondeos ofrecen una incertidumbre a falta de siete días para la votación. El que hoy ofrece este periódico detecta un porcentaje alto de indecisos, una cuarta parte de los electores aún no sabe a qué partido votar, y preferencias muy repartidas con una victoria del PP por debajo del 30%, lo nunca sucedido en la historia de la democracia en España, y un PSOE que necesitaría una extraña alianza con Podemos y Ciudadanos para poder gobernar. Todo va a depender de los acuerdos poselectorales, que no deberían impedir un gobierno estable y con ideas claras ante los desafíos que le aguardan. Habrá que prepararse para una nueva cultura de pactos, en los que la sociedad española, desde que consensuó la Transición, dejó de entrenarse. La principal responsabilidad recae ahora mismo en los ciudadanos. En que vean, comparen, elijan y voten a las opciones que, con sinceridad, crean capaces de resolver sus dificultades, no de plantearles otras nuevas con ocurrencias o frentismos.