Quien no haya cometido errores en el ejercicio de vivir, que tire la primera piedra. No estamos habituados a reconocerlos y en ocasiones ni somos conscientes del daño que hacemos hasta que de repente una voz te dispara a bocajarro. Te acusa y te avergüenza. Les cuento. Una mujer al teléfono, dice, "la he buscado porque usted y yo tenemos que hablar. Usted defendió a un asesino, el asesino de mi hermana, porque Eufemiano Fuentes era su amigo, pero ya ve, fue condenado. Alguien debe sacar la cara por ella". El Crimen del contenedor, así bautizó la prensa el macabro hallazgo en contenedores del Mercado del Puerto del cuerpo descuartizado de Mari Carmen Diepa, una mujer toxicómana, era el origen de la llamada. Me impresionó tanto aquella voz que sin dudarlo la cité. Quería verla, mirarla. Es verdad que Fuentes es amigo de la adolescencia y que esa cercanía me permitió entrevistarlo en la cárcel y mantener muchas charlas con él. Le creí. Creí en la inocencia que pregonaba porque no me cabía en la cabeza que fuera capaz de semejante horror. Me engañó. Fue condenado por asesinato.

De la víctima apenas se hablaba en los medios. Era una toxicómana; los periodistas no le pusimos mucha atención. Fuentes tenía más tirón. Aquella mujer, con la que luego hablé mucho, aceptó mi ofrecimiento de contar su vida; explicarle a la sociedad quien era y cómo se destartaló hasta existir por y para la droga. Estrenó la vida en Venezuela pero al fallecer sus padres en un accidente ella y sus hermanos quedaron desamparados y los enviaron a Las Palmas de GC, con la familia. A los chicos los separaron y Mari Carmen acabó viviendo en una azotea de La Isleta con unos tíos cuya pobreza era manifiesta. Se crió en la calle y ahí le esperaba la muerte. Vida dura la suya.

Acallé mi consciencia contando cómo era la chica pero siempre me pareció que era demasiado tarde.

Y lo sigo pensando.

stylename="050_FIR_opi_02">marisolayala@hotmail.com