La Provincia - Diario de Las Palmas

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Inventario de perplejidades

Peligro de informar mal

El asalto a la embajada española en Afganistán y la muerte de dos de los policías que la custodiaban puso a prueba los nervios de un gobierno que concentraba sus esfuerzos en los últimos días de la campaña electoral. En un primer momento, el presidente Mariano Rajoy, que participaba en un mitin en Orihuela, había informado que en la acción armada protagonizada por combatientes talibanes no había víctimas españolas. No obstante, poco después , y seguramente mal asistido desde el ministerio del Interior, reconoció que se había producido una víctima mortal, pero que el ataque no estaba dirigido contra la embajada sino contra una casa de huéspedes próxima donde solía alojarse personal civil y militar norteamericano. La versión sobre un supuesto daño colateral con resultado de muerte (así denominamos en la jerga de los medios a las víctimas no buscadas directamente en las acciones militares) duró 24 horas. A esa altura del relato, ya había trascendido el contenido de los mensajes enviados por otros agentes que habían sobrevivido al asalto, de los que se deducía que los combatientes talibanes habían hecho estallar un coche bomba contra la puerta principal y después penetraron al interior del recinto manteniendo con sus defensores un largo tiroteo hasta que llegaron otras tropas en su auxilio. Sabido todo eso, el gobierno hubo de reconocer que se había producido otra muerte aunque mantuvo la tesis de que el objetivo principal de los talibanes era la casa de huéspedes aledaña. No es la primera vez que el gobierno da una versión insuficientemente fundamentada sobre un accidente mortal en el que se hayan visto involucrados militares españoles. El pasado mes de octubre, después de informar que tres ocupantes de un helicóptero habían sido rescatados con vida por la gendarmería marroquí después de sufrir un accidente en aguas del Sahara Occidental, tuvo que reconocer que habían fallecido no sin antes confundir a la opinión pública con la hipótesis de que pudieran haber sido secuestrados. La costumbre de mal informar de los gobiernos del PP sobre esta clase de asuntos no es de ahora. Recordemos si no las trapaceras versiones que sobre el accidente del Yak 46 nos proporcionó el inefable Federico Trillo. O las no menos delirantes versiones que el mismo sujeto nos proporcionó sobre la muerte de ocho agentes de la inteligencia española en aquel "apacible huerto" iraquí donde estaban dedicados a pacificas tareas que no tenían nada que ver con la guerra brutal que asoló aquel país con nuestra colaboración. Por no hablar de las mendaces versiones que Aznar y su ministro del Interior, señor Acebes, dieron sobre los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid cuando pretendieron ganar una baza electoral definitiva echándole la culpa de la masacre a ETA. Yo comprendo que don Mariano Rajoy, que ya sufrió como candidato a la presidencia del gobierno el efecto perverso de aquella manipulación, recibiese con inquietud las informaciones que le pudieran haber brindado los ministros de Interior y Asuntos Exteriores sobre el atentado de Kabul. Y comprendo también su temor a que pudiera influir negativamente en su rédito electoral cuando faltan pocos días para que se celebren unas elecciones que se presumen muy disputadas. En cualquier caso, en política, informar mal produce un efecto equiparable a mentir.

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