Me niego a responder a la pregunta de quién ganó en el debate del pasado domingo entre el todavía presidente del Gobierno y del PP, Mariano Rajoy, y el aspirante socialista, Pedro Sánchez. Es una pregunta absurda.
Me niego porque el debate tuviese más de sucio pugilato que otra cosa, con los dos interlocutores disparando el uno contra el otro ora cifras, ora insultos y gritando cada uno, sin escuchar lo que decía quien tenía delante, todo ello como en las peores tertulias televisivas.
Fue un espectáculo poco edificante sobre todo para nuestros jóvenes, y si hay un perdedor, que ganador ciertamente no lo hubo, fue la ciudadanía de este país, que debería aspirar a una democracia de mayor calidad y se merece mejores políticos.
Lo tienen ahora fácil -o al menos deberían tenerlo- los excluidos de ese debate a dos, los candidatos de los partidos más pequeños, bien sean quienes ocuparon ya escaños en la anterior legislatura, bien los que se presentan por primera vez a la próxima.
¿Por qué, por ejemplo, no se limitó el socialista a echarle en cara a Rajoy toda la corrupción de la que, como jefe del Gobierno y responsable máximo del PP es en el mejor de los casos corresponsable, o a acusarle de haber hecho un flaco favor a la democracia al no haber dimitido cuando los escándalos le salpicaron a él y a su partido?
¿Por qué tuvo que tacharle acto seguido de "indecente"? Los hechos que acababa de imputarle ante las cámaras hablaban por sí solos. No había que perder las formas y darle pie a Rajoy, herido en su pundonor por tal batería de acusaciones, para tachar a su vez al socialista de "ruin", "mezquino" y no sé cuántas cosas más.
¿Trataba sólo de que, terminado el debate, le jaleasen los suyos por haber noqueado sin piedad al líder conservador? ¿Iba a poder ganarse de ese modo el voto de muchos ciudadanos que pudieran estar dudando entre volver a votar a un PP que les había defraudado o hacerlo esta vez por el PSOE?
Los líderes de los otros partidos, ya sea Izquierda Unida, Podemos, Ciudadanos o UPyD, han sido en sus debates o discusiones públicas un modelo de urbanidad frente al bochornoso espectáculo que dieron la pasada noche los representantes del bipartidismo en presencia de un moderador que parecía, ay, también de otra época.
